¿Cómo son las buenas personas?

La esencia de las personas

Si durante la niñez se les proporciona a los niños un ambiente suficientemente bueno, en el que predomine el afecto y el cuidado, pueden desarrollarse adecuadamente, ya que sienten que están en un entorno seguro, en el que sus padres les protegerán pase lo que pase. En este contexto se expresan de forma auténtica, confiando incondicionalmente en sus personas cercanas y en el mundo que les rodea. Los niños muestran sus capacidades y también sus debilidades, no esconden nada, son genuinos y en su esencia son buenos.

A medida que van creciendo ganan autonomía, lo que implica que ya no están los padres para sacarles siempre las castañas del fuego. Se enfrentan a sus primeras frustraciones y en algún momento del recorrido se producen las primeras heridas. Cuando la persona sale al mundo sola crea amistades, se enamora, se enfrenta a retos académicos/profesionales e inevitablemente al vivir se cruza con personas que le hacen daño. La herida puede ser más o menos profunda en función de variables como la naturaleza de la relación (¿es tu pareja, tu mejor amigo, o es un jefe?), tus recursos personales o el apoyo social con el que cuentes para recuperarte.

Las capas que nos ponemos: las defensas

Los primeros golpes emocionales hacen conectar a la persona con un dolor hasta entonces desconocido. Durante mucho tiempo, había ido a pecho descubierto, confiando en el mundo como un lugar seguro en el que nadie, o al menos nadie al que quisiera, le haría daño. Creía que en la vida habría siempre justicia “si yo no me merezco que me hagan eso, no me ocurrirá”. Pero a medida que vives experiencias ves, que a veces te hacen daño sin tú entender por qué y que incluso puede haber personas que te rompan el corazón.

Así que, tras experimentar ese dolor uno trata de evitarlo a toda costa, porque no es algo que desee revivir. Según cómo se haya gestionado el dolor y cómo se haya curado la herida (¿viviste tu dolor en silencio o lo expresaste, dejándote ayudar por tu entorno?), se van estableciendo mecanismos de defensa más o menos rígidos, cuyo objetivo es proteger a la persona de volver a sufrir. Las defensas son como una armadura que las personas se ponen para evitar que los demás les hagan daño: se cierran en sus relaciones; no muestran todo lo que son, sino sólo lo socialmente aceptado; desconfían por norma, e incluso atacan a los demás antes de que les puedan hacer daño a ellos (o como o me comen).

Las defensas son útiles cuando vives en condiciones hostiles o en contextos dañinos, pero pierden toda su eficacia cuando tu entorno es neutro o positivo, cuando estás rodeado de personas que no quieren hacerte daño, sino que eres tú el que ve amenazas dónde no las hay. La armadura te protege de los golpes, pero también te impide sentir lo bueno, sentir el calor humano. Y es que ir con una armadura cuando ya no estás en el campo de batalla no tiene mucho sentido.

Pero hay personas que tras haber sufrido van siempre alerta, sienten que aquello que les ocurrió va volver a pasar en cualquier momento y se vuelven ciegos de su realidad actual. Por ejemplo, tras una ruptura dolorosa no vuelven a abrirse por completo a una pareja; tras sufrir acoso escolar no confían en nuevas amistades; o debido a un fracaso laboral no vuelven a salir de su zona de confort.

La verdadera protección

El problema es que las defensas lejos de protegerte, te aíslan y te alejan de quién realmente eres. Uno se protege de verdad si se respeta, permitiéndose ser uno mismo y para ello es necesario arriesgar aunque no haya garantías de que no se vaya a volver a sufrir. Arriesgar es mostrar tus fortalezas y vulnerabilidades guiándote por tus valores y principios. Se basa en dirigirte hacia aquello que de verdad te hace sentir feliz y que si rascas dentro de ti suelen ser cosas sencillas, pero importantes: estar cerca de tu familia, ayudar a las personas que te importan; reír, tener conversaciones auténticas y sinceras, sentirte laboralmente realizado, viajar, crear tu propia familia, etc.

Vivimos en una sociedad individualista, que fomenta la competitividad en todos sus ámbitos. Lo que ocurre es que nuestras relaciones no son un juego en el que haya que ganar sino, si acaso, uno del que hay que disfrutar. La competición debe reducirse a aquellas áreas que la requieren, porque si siempre vas contra alguien no puedes estar con él y es en el verdadero encuentro, dónde uno puede permitirse quitarse la armadura y ser uno mismo.

Cómo son las buenas personas

Las buenas personas son aquellas cuyos valores y principios están basados en el respeto y el amor. Son personas que disfrutan viendo a los demás bien y si en algún momento aparecen sentimientos condicionados por el miedo, (por ejemplo: la envidia, basada en el miedo a que el otro sea mejor que tú y que por lo tanto tú no valgas nada), los aceptan sin dejar que determinen sus acciones.

Manejan sus sentimientos irracionales de miedo sin pisotear al otro. Las buenas personas confían en los demás y se fijan siempre en sus partes buenas, porque todos las tenemos. Suelen decidir estar ahí para el otro, ayudarle y apoyarle cuando lo necesita, aunque para ello tengan que cambiar planes o incluso les suponga alguna incomodidad. Lo hacen porque estar con el otro y verle bien les vale la pena.

No obstante, ser buena persona no implica ser perfecto. A menudo se cree que para ser buena persona hay que satisfacer siempre a todo el mundo, pero no se trata de entregarse indiscriminadamente, ya que habrá personas que no te respeten y que por lo tanto no merezcan esa entrega por tu parte. Además, uno puede cometer fallos e incluso hacer daño, porque es humano. A veces poner límites implica que el otro sufra, (cuando sus necesidades se contraponen a las tuyas), porque si no lo haces no te respetas a ti mismo.

Otras veces, herimos a los demás porque nos dejamos arrastrar por nuestros miedos e inseguridades. Lo bueno es que, como adultos, contamos con la capacidad para reflexionar, lo que implica que si nos arrepentimos de algo podemos pedir perdón y cambiar nuestra actitud en el futuro (por ejemplo: si tomas conciencia de que por miedo a sentirte infravalorado en tu trabajo boicoteas a tu compañero, puedes dejar de hacerlo). Tenemos la libertad para decidir sobre nuestro comportamiento.

Si te relacionas desde tus defensas, no eres tú. Los demás querrán u odiarán a una persona de hojalata, pero no a la persona de carne y hueso que hay detrás. Si la persona real conecta con su esencia y se deja guiar por lo que a su corazón le llena, por lo que de verdad le hace sentir bien, suele hacer cosas por los demás, suele buscar el vínculo sano que acepta la vulnerabilidad y la fortaleza. Suele ser buena persona.

La mejor persona que he conocido sonreía y trataba con cariño a todo el mundo de primeras. Las pequeñas cosas eran las que más feliz le hacían, su risa sonora en cualquier sobremesa era el mejor ejemplo de ello. Era clara en sus convicciones, poniendo límites cuando algo no le parecía bien, pero también se mostraba leal con los que quería, acompañándolos y ayudándolos en todo lo que podía.

Aintzane Goikoetxea
Psicóloga Sanitaria especializada en Terapia Gestalt.