Hambre mental: Cómo influye nuestra mente en lo que comemos

Comer es, pese a lo que se pueda pensar, una conducta muy compleja. Es compleja porque no solamente comemos movidos por una sensación de hambre física, sino que experimentamos otros tipos de hambre que también nos llevan a comer y de los que a menudo no somos conscientes.

¿Cuántos tipos de hambre hay?

El hambre física

El hambre física es el tipo de hambre más fisiológica. Se produce cuando nuestro sistema detecta que faltan aportes de nutrientes y nos mueve a conseguirlos a través de comer. Es fácilmente identificable a través de sensaciones en el estómago, sensación de debilidad, etc… A través de la conducta de comer conseguimos recargarnos de energía y el hambre fisiológica desaparece.

El hambre sensorial

El hambre sensorial es un tipo de hambre diferente. Como su nombre indica, en ella tienen una especial relevancia los sentidos, sobre todo el olor, el sabor, la vista y el oído, aunque también el tacto.

La vista de un pastel de chocolate, el sonido crujiente de unas papas, el olor de una mandarina, el sabor del curry, el tacto de la piel de un melocotón… todos estos estímulos sensoriales pueden provocar ganas de comer o ganas de seguir comiendo aunque no haya hambre fisiológica.

El hambre emocional

Existe también un tipo de hambre llamada emocional. Hay quien la llama ingesta emocional, comer emocional, alimentación emocional, etc.

El acto de comer, debido a la palatabilidad de los alimentos en boca y también a la activación del sistema nervioso autónomo parasimpático a través de la conducta de tragar, tiene el potencial de cambiar nuestro estado emocional: gratificando y relajando; por eso, de modo intuitivo, en ocasiones comemos cuando estamos ansiosos o aburridos.

El hambre mental

Del hambre mental, sin embargo, se habla menos. Como psicólogas que trabajamos habitualmente con personas con Trastornos de la Nutrición y Alimentación, sabemos que el papel del pensamiento en la relación con la comida es fundamental. En parte esto es así porque muchas emociones son antecedidas por pensamientos. Existen cierto tipo de pensamientos que los psicólogos reconocemos como de riesgo para desarrollar una relación no deseada con la comida.

La comparación con estándares poco saludables

Nosotras pensamos que la comparación es un proceso, en la mayoría de ocasiones (aunque no en todas), poco amable. Comparar tu cuerpo con un ideal de belleza, o con el cuerpo de alguien de tu familia, instituto o trabajo, más que provocar motivación al cambio, genera estrés, tensión y frustración.

Puede llevarte a conductas extremistas a la hora de comer, como dietas rápidas o ayunos, en un intento de adecuarte lo antes posible a un ideal. Este tipo de pensamientos de comparación con un ideal no suelen llevar a decisiones amables, meditadas y sensatas ni a planes a largo plazo para mejorar nuestra salud.

La falacia de los extremos

Una relación inquietante con la alimentación puede gestarse por una visión dicotómica basada en binomio éxito-fracaso. Si tus pensamientos y sentimientos oscilan de modo muy extremo según hayas cumplido o no determinados propósitos relacionados con la comida o conseguido determinados pesos o volúmenes corporales, el hambre mental te está jugando una mala pasada y, además de generar inestabilidad y malestar, abre la puerta a desórdenes alimentarios.

El juez inflexible

Los pensamientos perfeccionistas también influir en la alimentación. Son pensamientos muy exigentes que, o bien pueden provocar desánimo y abandono de un estilo de vida saludable pensando que todo está mal y no vamos a conseguir nuestros objetivos, o bien pueden provocar conductas rígidas en relación a la comida que aumenten la probabilidad de sufrir anorexia o vigorexia.

El defecto imposible

La percepción sobre nuestro cuerpo puede estar ajustada o sesgada. En ocasiones, hay alguna parte nuestra que nos desagrada y puede llegar el caso de que lleguemos a centrarnos sólo en ella perdiendo de vista el conjunto. Esto puede llevar a extremar dietas cuando nuestro peso ya no lo requiere simplemente porque la parte deseada no reduce su volumen. Esto puede ponernos en peligro.

Falacia del cuerpo

Muchos medios de comunicación pretenden hacernos creer que un coche caro, un pelo sedoso o un cuerpo “perfecto” nos van a dar la felicidad y van a solucionar nuestros problemas. Muchos anuncios apelan a las emociones más fundamentales para vender. Con todo, como es lógico, nuestra felicidad no va a depender de nuestro aspecto pero, si así lo creemos, tomaremos medidas tal vez inadecuadas y poco productivas para conseguir nuestros objetivos.

Si lo pienso es que es verdad

A veces estamos muy identificados con nuestros pensamientos, hasta el punto de pensar que, sólo porque pensamos algo creemos que es verdad. En los trastornos alimentarios esto es muy frecuente: “pienso que estoy gordo, entonces es que lo estoy, sino no lo pensaría”. Ésta, sin embargo, es una distorsión cognitiva llamada razonamiento emocional, que puede llevarnos a conductas alimentarias inadecuadas.

No puedo hacer una cosa hasta que mi cuerpo no esté de una determinada manera

Hay reglas mentales que pueden influir mucho también en nuestra alimentación: “no me voy a poner un bikini hasta que no pese 54 kg”, o “no voy quedar con mis amigos hasta no estar musculado y definido”. Estos pensamientos generan una presión extrema y, más que ayudarte a alcanzar tus objetivos, probablemente provocarán uno de estos dos efectos: abandono de tus propósitos o extremarlos más allá de lo saludable.

De perdidos al río/ Ahora tengo que compensar

El efecto liberador de la abstinencia sobre algo que nos habíamos propuesto, de nuevo puede provocar los efectos sobre la comida que hemos comentado: ya que me lo he saltado todo da igual/ o bien como me lo he saltado ahora tengo que extremarme aún más para compensar.

No puedo dejarme nada en el plato

Este tipo de pensamientos puede provocar que no detectemos correctamente nuestra hambre fisiológica actual o las señales de saciedad que van llegando a nuestro cuerpo cuando estamos comiendo.

Como habéis visto, todas estas formas de pensar tienen gran influencia en nuestra conducta de comer y merece la pena desempolvarlas y detectarlas para ser conscientes de los motivos que nos llevan a tomar decisiones relacionadas con la comida.

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