A la edad 10 años cursando el quinto grado comencé a presentar problemas de disciplina. Por recomendación de la directora de la escuela me vieron con una psicóloga.
Nacido y criado en un contexto social desfavorable, con mis padres separados, y en un hogar con todas las características para ser disfuncional, tempranamente me adjudique el cartel de Impulsivo, Rebelde y Desagradable.
Me acuerdo que en el aula siempre me acercaba a JJ, un niño paciente de muy buenos modales, con el que no perdía oportunidad para molestarlo. Un día JJ estaba armando un rompecabezas y le faltaban pocas piezas para terminarlo. En cuanto me acerqué con no buenas intenciones JJ me dijo:
– En el receso vamos a hacer una carrera y hoy te voy a ganar!
– Quieres ver cómo te desbarato todo eso, algo así le dije.
– Me falta poco, dale, ayúdame si quieres, me contestó. Con una carcajada de burla lancé un puñetazo sobre el rompecabezas y las piezas salieron volando por toda el aula.
– ¡Tremendo, tremendo!, dijo JJ, y muertos de la risa empezamos con las manos a lanzar las piezas al aire.
Pasado un tiempo JJ volvió a celebrar mi proeza en lo que íbamos recogiendo las piezas del rompecabezas, y comenzamos a armarlo juntos. Fue también la primera vez en mi vida en armar un rompecabezas. JJ era el que dirigía la actividad.
Al final logró lo que quería, armar el rompecabezas sin tener que pelearse conmigo. Definitivamente era un niño con control de sus impulsos e inteligente emocionalmente. Desde ese día cambió el modo de expresar mis sentimientos hacia él, y no recuerdo haber vuelto actuar de manera impulsiva o violenta hacia su persona.
Si complejo es desinstaurar un rasgo de la personalidad como son las reacciones violentas e impulsivas, más complejo aún es tratar de potenciar un sentimiento bueno con una situación social de desarrollo adversa, fundamentalmente en los primeros 7 años de vida.
El niño con estas características psicosociales desfavorables presenta una tendencia a ser impaciente, irritable, caprichoso, malhumorado e incluso agresivo, generando en su entorno toda clase de disputas.
La sensación de exclusión con la incapacidad de comprender mensajes de la realidad circundante, afecta las relaciones interpersonales por la dificultad para rechazar y registrar mensajes sociales. Esto es una marca que se puede arrastrar toda la vida hasta la adultez.
La psicoanalista Sullivan (1956) afirma que las relaciones tempranas que sostenemos con nuestros mejores amigos del mismo sexo nos enseñan a navegar en el mundo de las relaciones íntimas.
¿Qué son los impulsos o las reacciones impulsivas?
La disposición, la iniciativa, la espontaneidad en la acción, la decisión acometida por la motivación para el logro de un objetivo, están asociado a cargas movilizadoras de voluntades.
Estas cargas que movilizan e impulsan determinados comportamientos pueden darse de manera más o menos conscientes en dependencia de la edad y las características personológicas de cada individuo, su capacidad de análisis y evaluación de las circunstancias por la que transita.
Sin embargo gran parte de nuestros eventos emocionales también ocurren de manera inconsciente. Las emociones que agitadamente emergen de nuestro interior no siempre atraviesan el umbral de entrada de la consciencia.
Las emociones inconscientes pueden ejercer un poderoso impacto en la forma que percibimos y reaccionamos. Estas reacciones rápidas llenas de vitalidad y energía, accionadas de manera positiva son muy favorables para el desarrollo personal. Los impulsos pueden ser una reacción inmediata para enfrentar la inseguridad o el miedo al fracaso con una fuerte presencia de cortisol (propio en las situaciones de cierre).
Las personas que no pueden manejar bien el estrés emocional y quedan a merced del cortisol, van a ver afectado su capacidad de análisis y sus estados de ánimo.
Estas reacciones impulsivas no funcionales están permeadas de una incompetencia emocional de Autocontrol o Dominio Propio. Es la incapacidad de mantener bajo control o dominio los impulsos generadores de conflictos, desajustando el componente psico afectivo. Las personas con esta incapacidad están limitadas a:
- Gobernar adecuadamente sus sentimientos, referente a los impulsos y reacciones emotivas conflictivas.
- Permanecer equilibrados, positivos e imperturbables en situaciones sencillas o en circunstancias críticas.
- Pensar con claridad y mantener la concentración ante las presiones.
Esta habilidad de autocontrol o dominio propio puede pasar como desapercibida porque su manifestación puede verse como la ausencia de explosiones emocionales, lo que no significa que la persona no sea consciente de dicho proceso.
Los signos que la evidencia pueden ser por ejemplo, no dejarse llevar por el estrés o ser capaz de interactuar con una persona de difícil manejo sin enojarse. El estado de ánimo influye de manera directa sobre los procesos del pensamiento, la memoria y la percepción.
Al molestarnos, tendemos a recordar mucho más fácil incidentes que alienta la ira, y todo se percibe como una muestra de hostilidad.
Cuando experimentamos una ofensa nos disponemos a reaccionar, pero hay una habilidad que funciona como especie de mecanismo que evalúa instantáneamente la situación.
El principio de permanecer tranquilo a pesar de las provocaciones se aplica a todo aquel que por su profesión u oficio tiene que enfrentar momentos de tensión, situaciones desagradables o personas en estados de conflicto o agitación.
Existe una diferencia esencial entre el funcionamiento cerebral en condiciones de «estrés positivo» (los desafíos que nos motivan y nos movilizan) y de «estrés negativo» (las amenazas que nos paralizan, nos desalientan o nos desbordan).
Los estados positivos acciona con la activación del sistema nervioso simpático y las glándulas suprarrenales para secretar las llamadas catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), los cuales nos movilizan para actuar de manera más favorable que cuando estamos bajo la frenética urgencia del cortisol.
Cuando la pasión bloquea el pensamiento y norma nuestra conducta, se hace casi imposible controlar las emociones.
La ira es la reacción emotiva más difícil de dominar. Dicha reacción está proporcionada de energías, y una vez estimulado este sentimiento por esta fuerza es muy difícil de controlar.
La ira es algo que se puede aprender a detectar y controlar aún desde pequeño.
- Tener conciencia de los cambios que experimenta el cuerpo como:
- El enrojecimiento del rostro.
- La tensión del cuerpo.
- La postura corporal.
- La expresión facial.
- Los gestos.
Las técnicas para controlar la ira pueden ser:
- Respirar lenta y profundamente.
- Distraerse haciendo una cuenta regresiva.
- Repetir a modo de rutina una frase varias veces.
Este último recurso pudiera impresionar una estrategia psicológica simplista, sin embargo la repetición de frases genera actividad en la neocorteza, la cual inhíbe al cerebro emocional y este no envía los mensajes de liberación de hormonas y de otros neurotransmisores que habrían ordenado un aumento del ritmo cardíaco, sudoración, náuseas, etcétera.
Es importante para una condición física y mental saludable mantener el dominio sobre los estados y recursos internos de las emociones y los impulsos conflictivos. Para esto es necesario:
- Regular los impulsos y las emociones disociadoras o penosas de forma responsable y flexible.
- Tener entereza y actitud positiva en momentos de prueba y baja presión.
- Manejar la ira para facilitar el logro del propósito deseado.
- Ser consciente y demorar la gratificación en la búsqueda de objetivos.
- Recuperarse lo más rápido posible del estrés emocional.
- Ser perseverante, paciente y mantener la motivación positiva hacia el logro de mejores resultados.
Afirmar que la emoción posee más control del pensamiento que el que tiene el pensamiento sobre la emoción pudiera parecer contradictorio. Hemos aprendido a pensar como una actividad intelectual y no como respuesta del corazón.
Tenemos un cuerpo, un alma y un espíritu. El alma es el asiento de las emociones. El espíritu es el lugar donde opera nuestra fe. Somos en esencia seres emocionales y espirituales. Así como hay alteraciones y enfermedades que se evidencian en el cuerpo, también existen otras que provienen y afectan nuestro sustrato espiritual.
Hay pacientes que después de haber probado diferentes estrategias y recursos nos refieren su incapacidad para poder manejar sus impulsos o ataques de ira. Es cuando abordamos el problema desde otro punto de vista; El Espiritual.
Partiendo de que somos entidades espirituales, tomamos la Fe como un recurso de enlace entre lo clínico racional, y el mundo inmaterial sobrenatural. Siendo conscientes de que La Fe está dada por la acción de creer, y que esta fuerza tiene el poder para contrarrestar la carga negativa del impulso y la ira, nos disponemos a proceder.
El empoderamiento de la fe le brinda al paciente la capacidad de mantener la paciencia y procesar estímulos con sosiego antes la no posibilidad de resolver el conflicto. Le da el coraje para transformar lo que hasta ese momento era a sus ojos inmodificable o irreversible. Le enseña a discriminar entre lo que es importante y lo que es imprescindible. Y aplica este conocimiento en el momento, con las personas y con la intensidad adecuada.