Existen numerosos y muy buenos artículos que hablan de los efectos del cannabis sobre el Sistema Nervioso Central. En este artículo no redundaremos en ello; veremos con datos (estadísticas y estudios o investigaciones), las incidencias de diverso tipo que tiene el consumo de esta sustancia.
Las últimas estadísticas del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones (OEDA), registraron:
– Un total de 105 episodios de urgencias hospitalarias relacionadas con el consumo de cannabis y casi un 20% de esas personas requirió posteriormente ingreso hospitalario. El consumo de cannabis fue la segunda causa (relacionada con drogas) de estos episodios, precedida únicamente, y no con mucha diferencia, por el consumo de cocaína (2.170 episodios).
– Más de 15.000 admisiones a tratamiento por consumo de cannabis.
– Que el 94% de todos los menores de 18 años que se han tratado por consumo de drogas ilegales en 2015 en nuestro país, lo han hecho por problemas asociados al consumo de cannabis.
Según la última encuesta que realiza el Plan Nacional sobre Drogas sobre el uso de drogas en enseñanzas secundarias en España (ESTUDES 2016/2017), el cannabis es la tercera sustancia más consumida entre los estudiantes de 14 a 18 años. Según dicha encuesta, en el año 2016 fueron unos 170.000 estudiantes entre estas edades los que empezaron a consumir cannabis.
Teniendo en cuenta que a estas edades el cerebro está todavía en pleno desarrollo, resulta inquietante pensar en el daño que puede llegar a producir sobre todo en los jóvenes.
Continuamos con datos, esta vez de la Dirección General de Tráfico (DGT). En los últimos años la DGT ha hecho varias publicaciones en las que destaca la peligrosidad del consumo de cannabis para la conducción.
Ejemplos son la publicación de 2015 donde se declara que “tras el alcohol, el cannabis es la droga que aparece con más frecuencia entre los conductores”; o la de diciembre de 2017, donde especifican, tras una semana realizando pruebas de detección de drogas a conductores, que “entre las drogas más consumidas están el cannabis (569 casos), la cocaína (341 casos), las anfetaminas (81 casos) o las metanfetaminas (73 casos)”.
Teniendo en cuenta que es una droga perturbadora/psicodélica, que disminuye la capacidad de reflejos, suele producir excesiva relajación/somnolencia, dificulta la coordinación de movimientos y alarga el tiempo de reacción, entre muchas otros efectos, la probabilidad de siniestralidad aumenta.
En concreto, según el subdirector adjunto de Investigación de la Dirección General de Tráfico «es tres veces más probable que alguien tenga un accidente con cannabis que sin él”.
Son datos objetivos, que evidencian lo suficiente que no estamos ante un problema menor cuando hablamos de consumo de cannabis.
Habremos escuchado en múltiples ocasiones “conozco gente que lleva fumando cannabis toda la vida y no le ha pasado nada”. Ante esta afirmación, primero habría que saber si las personas que dicen esto cuentan con toda la información necesaria para aseverarlo y también cuál es el significado de “nada” para cada persona.
Pero, sin entrar en este debate, que quizás no estaría libre de polémica, simplemente vamos a tener en cuenta los datos reales expuestos – lo que sí ocurre con el consumo de cannabis a un número considerable de personas – y ahora reflexionemos si verdaderamente es una “droga blanda”.
Al igual que ocurre con el alcohol, que es legal y está normalizado socialmente, y sin embargo produce una de las adicciones más complejas por su componente fisiológico, el cannabis, que en múltiples ocasiones se cataloga como “droga blanda” también puede producir verdaderos problemas físicos y psicológicos agudos, persistentes y/o irreversibles.
Entre los irreversibles están la adicción y las enfermedades psicóticas. En el caso de las psicosis, existe evidencia científica que avala la conexión entre el uso del cannabis y la psicosis en aquellas personas con predisposición genética u otro tipo de vulnerabilidad; hay investigaciones que señalan que aquellas personas que tienen una variación especifica del gen AKT1 unido al uso de la marihuana tienen más tendencia a desarrollar psicosis.
Además, 9 de cada 10 consumidores fuma cannabis mezclado con tabaco, así que habría que sumar las consecuencias propias de la nicotina y demás componentes.
Y podríamos añadir a todo esto los problemas relacionados con aspectos académicos, laborales, familiares, económicos, legales, etc.
A pesar de las evidencias, resulta bastante complicado que la percepción de bajo riesgo general que existe en la población, sobre todo en los más jóvenes, cambie a un concepto más real. Esto se debe a muchos y diversos motivos, pero entre ellos destacan:
– Que la mayoría de las veces las consecuencias derivadas del consumo de sustancias (incluidas las del cannabis) se ocultan, con lo cual no hay una visión realista del problema. La mayoría de las veces sólo los familiares más cercanos o los profesionales sanitarios saben del calibre de la problemática.
– Que produce un estado de relajación en la mayoría de los que lo consumen, con lo que se asocia a una actividad con connotaciones positivas.
– Los mitos acerca de esta droga como que al provenir de una planta, es natural y no hace daño, e incluso que puede ser hasta “medicinal o terapéutica”.
Después de todo lo expuesto, no debemos olvidar que también hay una realidad aplastante con respecto a este tema, y es que a todas las personas no les afecta de la misma forma ni con la misma intensidad, ni todas las personas hacen el mismo uso (en cantidad y/o frecuencia), ni todas las personas inician el consumo a la misma edad.
Por ello, lo más adecuado es tener en cuenta cada caso individualmente, como con cualquier situación, pero a la vista de los datos y de las experiencias directas con las que nos encontramos los profesionales sanitarios a diario, principalmente en consumidores habituales de cannabis, como mínimo sería recomendable, no magnificar, pero tampoco minimizar las consecuencias que puede acarrear el consumo en cualquiera de sus formas del cannabis.
Desde aquí y haciendo alusión al título del artículo, invito a usar los términos de estimulantes, depresoras o perturbadoras para referirnos a las distintas drogas, y evitar las categorías de “duras” o “blandas”, ya que cualquier droga no está desprovista de consecuencias, y esta terminología puede llevar a la interpretación de la sustancia como inofensiva.