¿Adolescencia? Rebeldía, inconformismo, cambios, complicaciones. Sí, es todo eso, pero más aún es el momento en el que la persona empieza a definirse como adulto, a crear su propia personalidad. En este artículo analizamos el concepto de adolescencia y cómo esta etapa es clave para el desarrollo de la conducta antisocial.
¿Qué entendemos por adolescencia?
Entendemos por adolescencia, a la etapa evolutiva que abarca aproximadamente desde los 11 años hasta el comienzo de los 20.
Comprende casi una década de continuos cambios tanto a nivel biológico (crecimiento corporal, aumento de peso, estatura, desarrollo sexual) como psicológico (búsqueda de identidad, necesidad de independencia, evolución del pensamiento) y social (tendencia grupal, medios de comunicación de masas).
Estos pueden traducirse en conductas problemáticas tales con una gestión negativa de las emociones, un temperamento difícil, conductas oposicionistas, o convertirse en graves problemas de conducta disocial por efecto de una serie de factores de riesgo a lo largo del desarrollo evolutivo.
La conducta antisocial en los adolescentes
La conducta antisocial se define como cualquier conducta que refleje una infracción a las reglas o normas sociales y/o sea una acción contra los demás, una violación contra los derechos personales.
Estas conductas incluyen así una amplia gama de actividades tales como acciones agresivas, hurtos, vandalismo, piromanía, mentira, absentismo escolar y huída de casa entre otras. Todas conllevan de base infringir reglas y expectativas sociales y son conductas contra el entorno, incluyendo propiedades y personas (Kazdin y Buela-Casal,2002 ).
Es importante matizar que la presencia de conductas agresivas no tiene por qué ir unidas a conductas antisociales, existiendo conductas antisociales no agresivas, de la misma forma que existen conductas antisociales y/o agresivas no asociadas a trastorno clínico.
Tipos de conductas antisociales
Así podríamos distinguir subtipos dentro de las conductas antisociales:
Aquellas que son delito y aparecen asociadas a un trastorno clínico (adolescente que trafica con estupefacientes y tiente un trastorno de personalidad limite)
Aquellas que son conductas agresivas sin la presencia de trastornos psicológico en la persona que las realiza (una adolescente que ejerce violencia filio-parental)
Aquellas conductas que aparecen dentro de un trastorno clínico (abuso sexual por parte de un adolescente con trastorno del vínculo)
Aquellas que cumplen las tres características, son delito, son agresivas y se encuadran dentro de un trastorno clínico (adolescente con trastorno disocial que maltrata a su pareja).
“Mi hijo era estupendo hasta las 12 y de un día para otro empezó a robar”.
“Hacia trastadas pero tampoco era malo”
“Tenía muchas rabietas, pero era tan gracioso”
Afirmaciones como estas son habituales cuando hablas con padres que, por ejemplo, tienen que hacer frente al internamiento de su hijo adolescente en un centro de reforma, o está inmiscuido en temas legales (libertad vigilada, prestaciones en beneficio de la comunidad).
¿Cuándo comienza la conducta antisocial?
La aparición de las primeras manifestaciones, muy en contra de lo que se cree, no se da en una etapa avanzada del desarrollo del niño sino en la primera infancia.
En principio, estas conductas deben catalogarse como problemáticas, y esperar, con la intervención del entorno familiar y escolar, la desaparición sucesiva de las mismas.
Sí el menor se desarrolla en un entorno en el que la presencia de factores de riesgo es elevada, estas conductas, con una alta probabilidad, aumentarán en frecuencia, intensidad y gravedad, dando lugar a un patrón de comportamiento en el que predominen las conductas antisociales.
Si el adolescente persiste en su comportamiento, puede dar lugar a conductas tipificadas como delito en el código penal y serían motivo de condena si fueran cometidas por adultos.
La infancia: factor de riesgo
Y es aquí donde encontramos el primer factor de riesgo para el desarrollo de las conductas objeto de este artículo, la infancia.
Santoyo y Corral (2008) mencionan que durante la infancia, el inicio de los patrones agresivos —entendidos como actos coercitivos empleados por los miembros de una relación para alterar el comportamiento de otro—, son uno de los principales predictores de la persistencia de la conducta antisocial en la adolescencia relacionada con comportamientos como el vandalismo, las adicciones, la deserción escolar, entre otros.
Según esto y diversos estudios sobre el tema podemos afirmar que los estilos educativos y el sistema familiar son la fuente principal de la conducta del adolescente, sin menos preciar otros factores de riesgo como el grupo de iguales.
Por lo que si el menor se desarrolla en una familia con baja cohesión, conflictiva, pobres interacciones entre los miembros, un estilo de socialización negligente y la disciplina coercitiva, con más probabilidad, las conductas problemáticas, aumentaran en frecuencia, intensidad y gravedad, dando lugar a un patrón de comportamiento en el que predominen las conductas antisociales.
El hecho de que vivamos en una sociedad en continua transformación, en la que la realidad es muchas veces más virtual que presencial, da, si cabe, un papel de mayor importancia a la familia.
El hogar es el sitio donde se dicen, hacen y fabrican las cosas más importantes del ser humano.