La espectacularización de las recientes técnicas para mantenerte motivado que circulan en charlas colectivas y vídeos de youtube parece que nos han hecho caer en la falacia de la “obligación a la superación” o del “derecho al crecimiento personal”: magos e ilusionistas que motivan y desafían las leyes de la física, olvidando el público que se trata de “trucos”, personas con minusvalías irreversibles que logran resultados deportivos que parecen “sobrenaturales” para quien esté en pleno de sus facultades, colectivos que caminan sobre carbones ardientes, cristales rotos o que parten puntas de flechas con la garganta sin clavárselas, etc.
Viendo estos videos y presenciando sesiones tan espectaculares ¿Quién no quiere crecer personalmente? ¿Quién no se anima a creer que lo que cree imposible en su vida, también se puede lograr?
Unido a esta nueva ola de argumentos y contenidos motivacionales suele asociarse al concepto de “crecimiento personal” la necesidad de ponerse y lograr metas asombrosas, correr maratones, triatlones, ironman, lanzarse en paracaídas, aprender a conducir avionetas, hacer pointing o base jump, todo en aras de demostrarse uno a sí mismo que puede, a veces en una escalada de auto-exigencia que está muy lejos de la salud, el equilibrio y el bienestar.
Y aquí viene la pregunta poderosa: ¿Demostrarse uno que puede qué?
¿Para qué demostrarse ser capaces de tantos logros?
¿Qué sentimientos de falta y necesidades nos mueven hacia todo esto?
¿Incrementar la autoestima? ¿Sentirse uno más seguro de sí mismo? ¿Poder vacilar a los amigos o presumir socialmente? ¿Simple y llana diversión? (esto último solo lo creo para quien se dedica a esos retos profesionalmente).
Si esto fuera cierto, la realidad sería que una persona con sana autoestima, segura de sí misma, y sin necesidad de atraer sobre sí el reconocimiento social de los demás, no necesitaría de todo esto. Viviría en paz dentro de sus límites sin creerse atrapado en la tan denigrada “Zona de Confort”.
Y en este momento de la reflexión surge la duda de dónde se encuentra el real equilibrio y salud de una persona: ¿en aspirar compulsivamente a consumir retos para alimentar su “crecimiento personal” o en aceptar uno sus propios límites y vivir en paz?
Quizás nuestro inconformismo con nosotros mismos nos esté llevando como sociedad a una progresiva dificultad de aceptarnos como personas tales como somos. Dentro de esta perspectiva resulte quizás mayor señal de “crecimiento personal” la capacidad de aceptarse uno a sí mismo, antes que exigirse constantemente metas y logros para sentirse capaz.
Y esto lo sabemos bien los psicólogos que, según el tipo de caso que tratamos con el cliente, planteamos enfoques de intervención basados en el logro de objetivos (cuando observamos que el cliente manifiesta disponer de los medios y competencias necesarias para afrontar una situación), o en la aceptación de realidades desfavorables y duelos (cuando se tiene que lidiar con una situación cuyo cambio y superación no está bajo el control y las posibilidades de uno mismo).
El primer enfoque, típico de la psicología positiva, del problem solving estratégico, y del coaching, se centran en despertar y desarrollar las emociones “positivas” para conseguir metas.
El segundo enfoque típico de las terapias basadas en la aceptación, la logoterapia existencial y resiliencia, se centra en aliviar las emociones negativas mediante una re-evaluación o re-estructuración de los significados asociados a las experiencias que las generan.
El problema surge cuando, desde la necesidad de aliviar uno las emociones negativas, se me mete en programas de crecimiento personal que lo que hacen es despertar las emociones positivas, bloqueando así el proceso cognitivo necesario para procesar, re-elaborar y asumir uno sus propios “duelos”.
El resultado de esta dinámica es parecido a un “corte de digestión emocional” en el que los problemas y bloqueos emocionales no resueltos puede que vuelvan a aparecer en la vida de la persona y le lleven a la necesidad de demostrarse constantemente que están resueltos cuando en el fondo no lo están, en un intento compulsivo que le distrae de su real problema “no digerido” y que lo único que le demuestra es que no está aceptando lo que le está pasando, no lo quiere ver de frente, y no se está aceptando a sí mismo/a como persona con esa limitación.
En este punto el mayor crecimiento personal posible resulta ser tener el coraje de afrontar uno sus propios fantasmas y mirarse al espejo para resolverse.