La depresión es un proceso de cambio, no sólo una enfermedad

En estos últimos años mi vida ha dado muchas vueltas. Cortar con mi pareja de toda la vida, cambiar de casa, el máster, conocerme como ama de casa, el cáncer de mi madre, cambiar de casa otra vez, la muerte de mi perro, conocerme como terapeuta…

El recorrido ha sido largo. Mirando atrás no sé si era el tiempo el que corría o era yo. Lo que sí me he dado cuenta es que hay situaciones, experiencias, que me cuesta más afrontar. Tiendo a aislarme, a protegerme y meterme en mi cascarón, y ese cascarón esta hecho de… ¡chocolate! Está tan rico, me hace sentir tan bien que cómo no recurrir a ello. Al chocolate o a la pizza. También me vale comida turca, china o patatas fritas. Da igual que esté bueno o no. No voy siquiera a saborearlo. Solo voy a tragarlo. Rápido. Sin sentir nada. Ese es el objetivo. No sentir nada. 

La comida, el deporte, el tabaco, el alcohol, los videojuegos, la televisión… incluso estudiar puede convertirse en un sedante estupendo para no ver lo que estamos viendo, no escuchar lo que nos están diciendo o no sentir lo que realmente estamos sintiendo.

Y es que debajo de esa necesidad de correr, de olvidar, de no sentir, se encuentran, o suelen encontrarse, la rabia, la tristeza y sobre todo el miedo.

A veces gastamos más tiempo y energía en no ver a estos tres titanes que en escucharlos. Y creo que clínicamente a este proceso se le llama depresión, o ansiedad, o dolor de espalda (por citar algunos síntomas).

He aprendido que la rabia es importante para mí. Que no tengo por qué asustarme de ella y tragármela. Lo que sí he tenido que aprender es a gestionarla. A sacarla sin herir. Solo está ahí para que yo me respete a mí misma y así puedan respetarme los demás. Y es que hay muchas cosas que nos hacen enfadar, ¡y con razón! Como cuando se te cae la tortilla al darle la vuelta. O cuando no encuentras aparcamiento. Pero más cuando sabes que no vas a volver a ver a alguien que realmente era importante. Y esto me lleva a la tristeza.

He aprendido que la tristeza es parte de la despedida. Despedirse de un compañero de clase, despedirse de las responsabilidades que no tenía, despedirse del perro (creo que aún no me he despedido del todo) o despedirse de un ser querido. Y cuando estoy triste y no me escondo puedo recibir consuelo, puedo permitirme estar acompañado, puedo permitirme pedir ayuda para tener menos miedo. Qué puede dar más miedo que no saber como será tu vida a partir de ahora.

El miedo… Ese sí que me tiene entre la espada y la pared. Ese sí que me obliga a mirar bien hacia dentro. Me obliga a tratarme con ternura, a ser comprensiva conmigo misma, me lleva a crecer.

Por eso digo que la depresión es un proceso de cambio. Quizás sea parte de un proceso de duelo. A veces pasamos por épocas en las que la rabia, la tristeza y el miedo se llevan todas nuestras energías. Y prácticamente nos obliga a dejarlo todo. A parar y mirar en qué punto estoy, qué necesito. Y nos lleva a crecer, a cambiar, a poner nuestra vida patas arriba. A estudiar y leer sobre algo que jamás nos había interesado. Nos fuerza a hacer deporte para fortalecer ese cuerpo que tras tanto ajetreo se ha quedado realmente débil. Y tenemos que hacerlo poco a poco. Con cuidado de no pisar en la misma piedra y sobre todo, con cuidado de no acabar otra vez en el mismo punto.

Ahora sé que después de la rabia llega el sentimiento de poder, que después de la tristeza llega la alegría, y que después del miedo llega el amor. Por eso siempre hay que seguir hacia delante.

Elisa Tarilonte
Terapeuta Humanista en Centro de Terapia – Elisa Tarilonte. Máster en Counselling