Miedo a vivir desconectado

¿Relaciones o conexiones?

Actualmente el anonimato produce miedo. Casi tanto como la soledad. Las redes sociales alejan el sentimiento de exclusión: se vuelcan las emociones, con la protección que ofrece estar a un lado de la pantalla, y se comparte el tiempo de ocio.

El incremento mundial del teléfono móvil obedece en gran medida a esta realidad. Paradójicamente, la utilización del teléfono ha decaído notablemente en la última década y cada vez resulta más frecuente abandonar amistades, relaciones y espacios de socialización para maximizar el tiempo de conexión.

Con la tecnología que nos rodea y que pronto ya estará dentro de nosotros, las relaciones reales, las de estar delante del de enfrente, están pasando a un segundo plano a pasos agigantados. Aunque las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) están llamadas a facilitarnos la vida, no debemos ignorar que también nos la pueden complicar.

Cualquier inclinación sin medida hacia alguna actividad puede desembocar en una una adicción, y esto ocurre aunque no exista una sustancia química de por medio.

La adicción es una afición patológica que genera dependencia y resta libertada quien la sufre. En algunas circunstancias, que afectan sobre todo a adolescentes, Internet y los recursos tecnológicos, puede dejar de ser un medio para convertirse en un fin.

Es decir, una obsesión por adquirir las últimas novedades, la necesidad compulsiva de revisar el móvil a cada instante, el pánico a perder la conexión con el mundo…virtual, las ansias de escapar de la realidad permanentemente.

Conviene, no obstante, no identificar la supuesta o posible adicción tecnológica a Internet, al móvil, con otras adicciones como, por ejemplo, el juego patológico.

Aunque el uso de las TIC nos permita acceder vía online con mayor rapidez a contenidos potencialmente adictivos, no son la fuente de las conductas adictivas que pueden generar el consumo de juegos de azar, apuestas o pornografía en red. En general, sin embargo, es aceptado y acertado concluir que cualquier actividad que implique recompensas puede potencialmente convertirse en adictiva.

En el abuso del móvil, el miedo a vivir desconectado, la expectativa que ponemos en la tecnología de la comunicación para superar esa angustia, paradójicamente produce aislamiento.

La maximización del tiempo de conexión limita, desaprovecha o deja de lado amistades y espacios de socialización. Y es que la interconexión digital total, como la hipercomunicación no facilitan el encuentro con el otro.

En este punto quisiera particípales algo que es ya un hecho, probablemente conocido para muchos, y quizá no tanto para otros. Mientras que para la conocida como generación X, los que nacimos entre los 60 y los 90 del siglo XX, la nueva tecnología ha sido principalmente medios de comunicación operativa, para coordinar actividades o enviar mensajes rápidos.

Sin embargo para la actual generación Z, adolescentes y adultos jóvenes, que disponen de Internet desde temprana edad, se sienten cómodos con la tecnología y la interacción en redes sociales, la vida gira en torno a lo que ocurre a través de su dispositivo electrónico.

Conforme a una investigación psicológica publicada The Times, el 75% de la gente entre 25 y 29 años duerme con el móvil. Son muchos los jóvenes que quieren estar conectados con sus amigos las 24 horas del día.

Las pantallas envían al cerebro señales de vigilia. Las consecuencias psicológicas de no dormir, o dormir mal como consecuencia de la influencia de los aparatos electrónicos, en muchas de las personas que abusan de la tecnología digital, se manifiestan principalmente en trastornos de la ansiedad, tristeza e irritabilidad.

El aumento de pensamientos negativos es muy significativo, según afirma el psicólogo Daniel Freeman, alguien del que no cabe duda alguna sobre sus conocimientos sobre Insomnio y trastornos del sueño.

¿Es la nomofobia un trastorno de nuestro tiempo?

Según una encuesta de SecurEnvoy de 2011, casi el 66% de los ingleses sufren un miedo irracional a salir de casa sin su teléfono móvil, a olvidárselo, a perderlo, a, en definitiva, estar sin él en todo momento.

Estudios distintos, en poblaciones diferentes, proporcionan cifras similares, en casi todos los lugares donde el uso de la tecnología digital forma parte del sistema.

A nadie le cabe ya la menor duda, de que la irrupción de los teléfonos móviles, superando con creces en accesibilidad a Internet o la Televisión, está produciendo efectos múltiples en las relaciones humanas, el comportamiento público, la codificación de los conceptos de espacio público y privado, así como las reacciones ambivalentes en los usuarios. Tras el estudio de SecurEnvoy, quedó acuñado el término nomofobia.

El smartphone se está convirtiendo en accesorio imprescindible en muchas de las cosas y las relaciones de nuestra cotidianidad.

Para muchos jóvenes se ha convertido en un eslabón de seguridad, a veces hasta en cordón umbilical con sus padres. El móvil viene a erigirse en algo así como un artefacto central de la imagen de sí mismos.

Pero no solo para los adolescentes, para muchos adultos ya, vivir sin el móvil es más difícil que vivir sin amor, o sin amigos. Se está produciendo un fenómeno de abducción que desestima las relaciones en el mundo real en favor de las interacciones y conexiones virtuales., de crisis de pánico ante la idea de andar por la vida sin móvil.

Este fenómeno preocupa sobremedida porque acorta el tramo que existe entre dependencia y adicción. La nomofobia, en cualquier caso, solo es una parte de un síndrome complejo que conlleva la dependencia y el abuso del teléfono móvil, y a las graves crisis emocionales y trastornos de conducta preocupantes que acarrea.

Blas Ramon Rodriguez
Psicólogo, experto en medicina psicosomática y psicología de la salud.