El efecto espectador y el asesinato de Kitty Genovese

Voy a proponerte un juego muy sencillo: coge un pedazo de papel, recrea las situaciones que te propongo a continuación y escribe tus respuestas.

Imagina que vas caminando por la Gran Vía, la calle más concurrida de Madrid. En tu paso te cruzas con multitud de gente con destinos diferentes.

Ese día te has levantado con algo de malestar y, a medida que caminas, comienzas a notar una sensación de sudor frío y mareo. Detienes tu paso, la vista se te nubla y sientes que te desplomas. Teniendo en cuenta el contexto en el que te encuentras (una calle con mucha gente), ¿cuántas personas crees que se habrán parado a ayudarte? Piensa bien tu respuesta…¡estás rodeado de mucha gente! ¿Seguro que quieres poner eso? Está bien…

Ahora, imagina que sigues en esa misma calle camino al trabajo. Sigues cruzándote con muchas personas y, de repente, ves como una de ellas sufre un desmayo y se cae al suelo. ¿Detendrías tu camino para auxiliarla? Recuerda que has visto, al igual que la gente de tu alrededor, cómo se desmayaba.

Bien, llegados a este punto, guarda tus respuestas, lee el siguiente suceso y, luego, compara tus respuestas.

El origen del Efecto Espectador: El asesinato de Kitty Genovese

Nos remontamos a 1964, fecha en la que tuvo lugar el asesinato de Kitty Genovese. Tras estacionar su coche cerca de su apartamento, un hombre la persiguió y la apuñaló.

Ante los gritos de Kitty pidiendo ayuda, tan sólo una persona increpó al agresor que la dejase en paz, ante lo que éste huyó del lugar. Sin embargo, volvió a los pocos minutos para robar, agredir sexualmente y matar a Kitty. “Una violación y asesinato más”, podrías pensar.

Y, en efecto, desgraciadamente hay multitud de estos crímenes en nuestra sociedad; sin embargo, hay un detalle que caracteriza de forma singular este ataque: tuvo una duración de media hora donde varios vecinos contemplaron, impasibles, cómo se asesinaba a esta chica.

Nadie hizo nada, nadie evitó el ataque; la única acción fue la de un vecino que llamó a la policía, pero cuando llegó junto con la ambulancia, era demasiado tarde (The New York Times, 27 de marzo de 1964).

Nos encontramos ante numerosos testigos que observaron toda la escena, de principio a fin, sin socorrer a quien pedía auxilio. Fueron personas que, tras la primera huída del agresor, no acudieron a ayudar a la víctima mientras ésta, malherida, intentaba llegar a su portal para refugiarse.

Llegados a este punto, retoma tus respuestas. Seguramente contestaste, y con una seguridad aplastante, que en tu desmayo en esa calle tan concurrida, bastantes personas se pararían a ayudarte. Sin embargo, acabas de leer un relato donde no fue así. ¿Qué diferencia podría haber entre Kitty Genovese y tú? ¿O entre los testigos del asesinato y los transeúntes de la calle?

“Ninguna gota de lluvia cree haber causado el diluvio” (refrán inglés)

Este suceso llevó a los psicólogos sociales a estudiar el fenómeno, al que se ha denominado “efecto espectador”, síndrome de Genovese o difusión de la responsabilidad (Latané y Darley, 1970).

Este efecto hace mención a la no actuación de las personas ante determinados sucesos (normalmente perjudiciales o delictivos) cuando se encuentra rodeado de gente. Pero, además, existe una relación inversa entre el número de personas presentes y la probabilidad de ayuda: según sea mayor el número de gente presente, menor será la tendencia de que alguien se responsabilice y ayude a la víctima.

Es decir… según los estudios realizados por la psicología social sobre este fenómeno, si te desmayas en la Gran Vía de Madrid, lo más probable es que nadie se pare a ayudarte o, al menos, que lo haga poca gente en relación con la que hay presente. Así que ya sabes, cuando necesites ayuda mejor será que haya una persona cerca, pero no una multitud. Pero, ¿por qué?

El experimento de Darley y Latane sobre el Efecto Espectador

Darley y Latane (1968) llevaron a cabo un experimento en el que cinco universitarios, en salas aisladas unas de otras y sin contacto visual alguno, iban a discutir sobre diversas cuestiones.

La realidad era que sólo existía un auténtico estudiante, siendo el resto voces grabadas con anterioridad. En un determinado momento del coloquio, una de las voces simulaba ser un estudiante que sufría una crisis epiléptica. ¿Cuánto tiempo crees que tardará el estudiante en abandonar el aula para pedir ayuda a los investigadores?

Por sorprendente que parezca… sólo el 31% fue en busca de auxilio para el “estudiante” que estaba sufriendo el ataque; es decir, la gran mayoría de alumnos se mantuvieron en la sala, ansiosos, pero sin ir a buscar ayuda.

Lo realmente llamativo ocurre en la otra condición del experimento. Los investigadores simularon la misma situación, pero esta vez era uno contra uno: continuaba existiendo la voz que posteriormente sufriría el ataque y sólo un estudiante más, sin más voces “cómplices”. En este caso, el porcentaje de alumnos que pidió ayuda ascendió al 85%.

Retomemos los datos anteriores: cuando el estudiante cree que está rodeado por más gente, es más probable que no pida ayuda, mientras que cuando se encuentre solo con la víctima, en la inmensa mayoría de los casos pedirá socorro. ¿La primera situación no te recuerda al caso de Kitty Genovese?

Sin duda son datos alarmantes, teniendo además en cuenta que la probabilidad de no ayuda aumenta a medida que más gente hay en la situación. Esto, que a priori parece completamente contra intuitivo, tiene una explicación psicológica.

“Lo único que hace falta para que el mal triunfe es que los buenos hombres no hagan nada” (Edmund Burke)

A lo largo de la historia, se ha documentado ampliamente la influencia que tiene el grupo social sobre el individuo particular; y el fenómeno que comenzó con Kitty Genovese es un ejemplo más de la importancia de la percepción social.

Líneas más arriba se mencionaba este efecto como difusión de la responsabilidad, lo que relacionado al hecho de que a mayor presencia de personas, menor probabilidad de ayuda, nos abre el paso a la explicación.

Si estamos, como en las preguntas anteriores, en la Gran Vía y una multitud de personas presencia cómo alguien se desploma, la responsabilidad que sentimos por no ayudar es mínima (psicológicamente dividimos la responsabilidad total entre todos los presentes).

Sin embargo, si estamos en una calle tan solo con una persona, y ésta se desploma, toda la responsabilidad de no ayudar recae sobre nosotros.

Podríamos pensar que en grupos reducidos también tendríamos la tendencia de ayudar, puesto que gran parte de la porción de responsabilidad recaería sobre nosotros. Sin embargo, los experimentos realizados nos muestran lo contrario: la probabilidad de ayuda disminuye en picado cuando el grupo está formado por tan solo 6 personas (Latané y Darley, 1968).

El número de personas presente en el momento del suceso es un factor fundamental que impulsa/inhibe la probabilidad de ayuda; sin embargo, no es el único. Se han ido desglosando distintos factores relacionados con la percepción social que juegan también un papel importante.

Uno de ellos es la denominada ignorancia pluralista. Es un sesgo por el cual tendemos a mantener una realidad falsa por el mero hecho de que es mayoritaria; además, no mostramos acciones o actitudes contrarias a las del grupo porque creemos que los demás no las comparten.

Este sesgo, por el cual tendemos a creer que conocemos lo que pasa por la mente de los demás, se puede simplificar de la siguiente manera: no ayudo porque los demás no ayudan, y los demás no ayudan porque yo no ayudo.

Los factores cognitivos juegan también un papel importante a la hora de tomar decisiones. En el caso que nos ocupa, la decisión de ayudar pasa por el proceso de una serie de preguntas, tales como “¿cómo puedo ayudar?” o “¿puedo ayudar yo?”.

Además hay que tener en cuenta que en ciertas ocasiones, lo que piensen los demás de nosotros puede frenar nuestro impulso de ayuda. Si creemos que el resto de personas presentes nos evaluará de forma negativa (por ejemplo, por romper la tendencia grupal de impasividad) o que podemos ponernos en ridículo si ayudamos al otro, nuestra reacción de ayuda se reduce drásticamente.

Está en tu mano impedir el Efecto Espectador

El efecto espectador ha promovido multitud de investigaciones sociales y distintas teorías y factores que pretenden explicar el fenómeno.

Es indudable la importancia que tiene conocer los procesos de percepción social que guían nuestra conducta. La tendencia del ser humano es pensar que todos nuestros actos son conscientes y razonados, cuando la investigación nos muestra sistemáticamente que esto no es así.

Hemos podido comprobar cómo la ayuda prosocial prácticamente se anula cuando nos encontramos ante personas que tampoco actúan. Esta retroalimentación (“como los demás no hacen nada, yo tampoco”) producida por la ignorancia pluralista paraliza la conducta de ayuda que a priori todos afirmamos realizar.

Ahora que conoces cómo la influencia social puede aumentar o disminuir la conducta de ayuda, está en tu mano romper con el efecto espectador. Si alguna vez caminas por la Gran Vía y alguien a tu alrededor necesita ayuda…recuerda que si tienes la iniciativa de socorrerle, es probable que los demás sigan tu inercia y colaboren en la conducta de ayuda.

Y si en alguna ocasión tú necesitas ayuda y estás rodeado por una multitud, te diré un pequeño truco para evitar el efecto espectador: personaliza.

Si el factor principal, o al menos uno de ellos, es la difusión de la responsabilidad, evita esta división provocando que recaiga sobre una única persona. Dirígete a alguien concreto al pedir ayuda, de manera que la persona perciba que es responsable de las consecuencias de no ayudar.

Recuerda que en psicología siempre hablamos en términos de probabilidades, por lo que todos los efectos y fenómenos no son cuestión de todo o nada; lo expuesto en este artículo es lo más probable que suceda teniendo en cuenta las investigaciones sociales al respecto.

Referencias

Gansberg, M. (27 de marzo de 1964). 37 who saw murder didn ́t call de police. The New York Times. Recuperado el 2 de febrero http://www.nytimes.com/1964/03/27/37-who-saw- murder-didnt-call-the-police.html

Latané, B. y Darley, J.M. (1970). The Unresponsive Bystander: Why Doesn ́t He Help? Nueva York: Appleton-Century-Crofts.

Latané, B. y Darley, J.M. (1968). Bystander intervention in emergencies: diffusion of responsibility. J PersSoc Psychol, 8(4), 377-383.

Alba Verdugo
Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)