Lo humano surge del entrelazamiento de la dimensión genética del homo-sapiens-sapiens y la cultura de la sociedad humana, en el devenir humano particular que implica vivir como seres humanos entre seres humanos. Somos concebidos homo-sapiens-sapiens y nos volvemos humanos en el proceso de vivir como seres humanos, al vivir como miembros de una comunidad social humana (Maturana, 1990).
La capacidad para la coexistencia social surge en la medida en que crecemos en la validación de la auto-aceptación – esto es, en la aceptación del otro. Es decir, tenemos capacidad de vivir en el amor si crecemos en amor. Por otra parte, también podemos aprender la indiferencia, la desconfianza y el odio, pero cuando esto tiene lugar la vida social se termina, se acaba la convivencia y se acaba lo humano.
Los seres humanos somos intrínsecamente amorosos y podemos comprobarlo fácilmente observando lo que ocurre cuando nos privamos del amor. El amor es la disposición corporal dinámica que constituye en nosotros la operacionalidad de las acciones de coexistencia en aceptación mutua en cualquier dominio particular de relaciones con otros seres humanos – y no solo. Como seres relacionales, somos animales que tenemos una historia evolutiva centrada en la conservación de nuestra manera de vivir en el amor.
Tal forma de vivir se funda en una coherencia existencial que se centra en la ternura, la caricia, la intimidad sexual prolongada, el compartir y la cooperación.
El vivir en el lenguaje surge en el devenir de esta historia, que no es otra que la de la conversación de la forma homínida de vivir, constituyendo la posibilidad operacional de que las coordinaciones conductuales consensuales del convivir se involucren recursivamente hasta generar coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales, en cuanto modo de vivir que se conserva generación tras generación.
Es decir, lo hace en el fluir relacional e interaccional que entrelaza las coordinaciones de coordinaciones conductuales consensuales del lenguajear con el emocionar propio de los primates, constituyendo lo que llamamos el conversar. Es este vivir en el conversar lo que constituye a lo humano, como un modo de vivir que se conserva generación tras generación en el aprendizaje de los niños y que define nuestro linaje presente. Los seres humanos somos, por tanto, el presente de una historia de coexistencia consensual en la que emerge el conversar como consecuencia de la intimidad del vivir en la aceptación mutua.
Es decir, los seres humanos somos hijos del amor. Y esto es tan así que el desarrollo normal de un niño humano requiere de la mutua aceptación de interacciones corporales con su madre. En la biología del amor lo que cuenta es la operacionalidad de la mutua aceptación (Maturana & Verden-Zöller, 2017).
El cómo interactuamos con otro tiene que ver con nuestro emocionar debido a que nuestras emociones especifican en cada instante el dominio de acciones en que estamos en ese instante. Cuando una madre presta atención al futuro de su hijo o hija o está atenta al resultado de alguna acción al tiempo que interactúa con el niño o la niña, en realidad el encuentro en la interacción no tiene lugar, una vez que su emoción no está en el encuentro sino en algo diferente – el futuro o el resultado de algo.
Cuando estos desencuentros se vuelven norma el fluir de las interacciones se obstaculiza y el niño se vuelve invisible ante su madre. En la media en que el niño o niña es visto y acogido en el presente de un contacto corporal íntimo en total aceptación por la madre, la madre surge como otro Yo en la realización de esa misma aceptación mutua y se abre espacio a una dinámica social de mutua aceptación en la convivencia.
Una epigénesis infantil que conduce a la auto-aceptación, conduce a la aceptación de los otros como seres legítimos en coexistencia cercana. Para que un niño o niña crezca en conciencia social y aceptación del otro, debe crecer en conciencia de la propia corporalidad en la aceptación de sí mismo.
Las conversaciones en las que participamos a lo largo de nuestras vidas y muy particularmente en nuestra infancia constituyen el trasfondo que demarca el curso de nuestros cambios así como el ámbito de posibilidades en que se da nuestro devenir como seres humanos – por tanto, como sociedad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Maturana, H. (1990) ¿Cuándo surge el ser Humano? Reflexiones sobre un artículo de Austin. Arch. Biol. Med. Exp. 23, 273 – 275: Chile
Maturana, H. & Verden-Zöller, G. (2017) Amor y Juego – Fundamentos Olvidados de lo Humano. 7a Edición. JC Sáez Editor Spa: Chile