En España, parece que hemos llegado y pasado el pico de la curva o punto máximo de contagio del COVID-19. Incluso podemos contemplar ya la bajada en el número de nuevos infectados y muertos, y los hospitales, con su personal exhausto, experimentan un leve respiro.
Sin embargo, emocionalmente estamos todavía en los últimos metros de subida que son los más difíciles, los más cansados y los más lentos.
Además, en contraste con los datos relacionados con el contagio del virus, no está claro si hay un pico en el coste psicológico, cuánto durará éste y si después habrá bajada.
Es más, se habla ya de una segunda ola en la salud mental, la que vendrá después, no sólo por lo vivido ahora sino también por lo que tendremos que afrontar a medio y largo plazo. En el presente, nos encontramos cada vez más desganados, menos motivados, más tristes, más ansiosos, incluso menos enfadados. La sensación es de estar abatidos.
Entendiendo la situación: características y dinámicas con impacto emocional
Como ocurre con la propia crisis, hay que tener en cuenta que su impacto emocional es también multidimensional. La situación que estamos atravesando tiene ciertas características y crea unas dinámicas, que para las personas – incluso las más adaptadas y funcionales – son especialmente complicadas de gestionar psicológicamente y conllevan gran riesgo de malestar y sintomatología ansioso-depresiva.
Como se ha descrito en el anterior articulo (Cómo gestionar psicológicamente el coronavirus) esta crisis tiene unas características que le hacen especialmente potente en su repercusión psicológica, porque suponen una falta de control:
- El miedo por nuestra salud física y sobre todo a la muerte.
- La existencia de duda permanente sobre qué es lo correcto y qué es lo que uno debería estar o no haciendo, y sobre lo que está pasando.
- El hecho que los que son nuestra mayor amenaza son todos los demás humanos, incluidos nuestros más allegados.
- El aislamiento social que se produce a consecuencia de lo anterior.
- El estar forzados de vivir sin futuro previsible y tener a todos nuestros planes en suspensión.
El control percibido sobre nuestras vidas es el pilar fundamental de nuestra salud mental y sentir que no lo tenemos pone en peligro dicha salud.
Teniendo estas características, la crisis del COVID-19, ha creado adicionalmente ciertas dinámicas que también sabemos que ponen a prueba los recursos psicológicos. Como esta circunstancia no se ha dado en el mundo occidental de esta forma anteriormente, la estamos comparando con experiencias similares. Así que las analogías que han surgido han sido con una guerra, un duelo, o un evento traumático.
La presente situación se parece a una guerra en que hay un “enemigo” que es el virus; que este te puede matar; que nuestra libertad de movimiento se ve quebrada y la vida diaria alterada; que hay una primera línea de “combate”, la que libra el personal sanitario en los hospitales, y un soporte de “inteligencia” organizada que les apoya y dirige, en este caso la investigación. Adicionalmente, hay daños colaterales importantes en términos sociales como la falta de escolarización, el cese de negocios y mercados, y el paro.
Los efectos psicológicos de guerra, suelen ser los asociados con un estrés grave. Miedo o ansiedad, impotencia e indefensión aprendida o depresión, y apatía son algunos de los síntomas más habituales entre las personas que se ven expuestas a una situación de guerra. Muchos han notado este tipo de sentimientos desde que empezó la crisis del coronavirus.
Por otro lado, la crisis desatada por la propagación del virus ha supuesto pérdidas importantes, con su consecuente duelo: de la libertad de movimiento, de la rutina diaria, de los planes futuros, del contacto físico con otras personas, de la vida social. En muchos casos ha supuesto la muerte de alguien cercano o la perdida de trabajo.
Así que también hemos visto la reacción emocional a estas pérdidas, en línea con la teoría de las etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En el principio de la crisis y mientras se iba acercando, nos negábamos a creer que algo similar podría pasar aquí.
Cuando nos encontramos, casi de repente, inmersos en un balance diario de miles de contagiados y enfermos, y centenares de muertos, la ira se apoderó de nosotros, dirigida a quien nos daba una razón cualquiera. La negociación vino después y planteamientos del tipo “si hubieran hecho esto” o “si solo hiciesen aquello” o “yo solo espero que” fueron la temática diaria.
Cuando nos dimos cuenta de las proporciones reales de la circunstancia con familiares, amigos, y conocidos enfermando y muriendo, o quedándose sin trabajo, sobrevino la depresión. Ésta se vio intensificada, y es el momento en que muchos todavía se encuentran, cuando la perspectiva de cualquier vuelta a la normalidad se alejaba más y más en el futuro.
La sensación de cansancio, la tristeza, la falta de esperanza y motivación, incluso la desesperación, están presentes en el día a día de muchas personas.
Sin embargo, algunos ya han movido o se están moviendo hacia la aceptación, asumiendo que esto es “lo que hay” y que, dentro de este marco, se tienen que tomar las decisiones, organizarse la vida y adaptarse.
La situación que tenemos ahora se podría entender también como una experiencia traumática, ya que según la OMS “el trauma ocurre cuando: la persona ha estado expuesta a un acontecimiento estresante o situación (tanto breve como prolongada) de naturaleza excepcionalmente amenazadora o catastrófica, que podría causar un profundo disconfort en casi todo el mundo”.
Otras características de una experiencia traumática son que ocurre de pronto, inesperadamente o fuera de toda norma; excede la capacidad que percibe el individuo para poder manejar la amenaza; y perturba los marcos de referencia del individuo que le sirven para entender y manejarse en el mundo.
Sin duda la crisis desatada por el COVID-19 cumple los criterios para una experiencia traumática. Cada persona sometida a una amenaza así reacciona de manera diferente y la gran mayoría no desarrolla un trastorno psicológico como tal, pero gran parte de las personas expuestas a un evento de estas características tiene como respuesta un temor intenso, impotencia u horror ante la situación.
En resumen, estamos viviendo actualmente circunstancias que ocurren en una guerra, un duelo o en una experiencia traumática. Aunque los estresores psicosociales no se suman necesariamente para producir un impacto emocional y las personas no reaccionamos a ellos así, nos hacemos una idea de las varias dimensiones que tiene esta crisis y la manera compleja en la que nos afecta.
Siendo esto así para la población en general, para los que se están enfermando del virus, se les añade otra vertiente con sus correspondientes emociones: el miedo más profundo de si se van a recuperar, la ansiedad que produce la falta de información concreta, y la duda permanente sobre cómo se debe actuar y cuándo.
Para los enfermos que han requerido hospitalización el trance emocional es aún más intenso y para sus familias el coste emocional del aislamiento del paciente y de la falta de información sobre su estado, ha sido muy alto.
Por último, los que han perdido a un ser querido, han tenido una experiencia que se añade a todo lo anterior. Aunque el duelo es parte de nuestra experiencia humana, la muerte de personas por coronavirus junta una serie de circunstancias que han demostrado ser factores de riesgo para un duelo complicado.
En la CIE -11 de la OMS, el duelo complicado se llama Trastorno del Duelo Prolongado y se caracteriza por sintomatología que excede lo que es un duelo normal y que además impide el funcionamiento normal de la persona. Es de interés que los factores de riesgo para sufrir este trastorno incluyen una muerte brusca e inesperada, la inhabilidad de entender la perdida, la carencia de información y apoyo institucional, y el aislamiento social. Todas estas circunstancias se pueden dar en las muertes por coronavirus.
La curva del estado emocional
Fase inicial
Los humanos cuando dudamos en cómo entender o interpretar una situación, buscamos señales en los demás para que nos ayuden a decidir. Es un fenómeno ampliamente estudiado en psicología social, y sabemos que cuando más ambigua la situación y menos conocimiento tiene la persona sobre ella, más gira hacia los demás para saber cómo actuar.
La situación que estamos viviendo cumple estos dos criterios: es cambiante y ambigua y nos resulta desconocida. Así que la tendencia es de mirarse los unos a los otros inconscientemente, buscando una manera adecuada de interpretar nuestra realidad y llegamos a tener el fenómeno del contagio emocional. En este caso ha producido sentimientos y conductas extendidas en la sociedad.
En un principio, muchos atacaron los supermercados para hacer provisiones ante el miedo de lo que podría venir, contra cualquier lógica o política anunciada, imitando lo que hacían los demás “por si acaso”. A la vez empezaron a circular teorías sobre cómo se podía, o no, contagiar el virus y no había otro tema de conversación que los datos ofrecidos sobre la expansión de este.
En un segundo momento se tenía a los niños dibujando soles y “todo Irá bien”, otra vez para apaciguar miedos, se mandaban a ritmos exagerados memes graciosos y se llegó a contactar con gente que hacía tiempo que no se conectaba, teniendo ya un punto en común y tema de conversación universal.
La gente se reconfortaba intercambiando información, compartiendo historias y dándose consejos. Se entró en un frenesí de levantar ánimos, intentar seguir adelante, y buscar el punto positivo de la epidemia y el consecuente confinamiento.
En este ambiente, también surgió la convicción que el tiempo de confinamiento era un tiempo de “aprovechar”, un tiempo en que se iban a terminar todos los proyectos pendientes, pasar tiempo de calidad con la familia y hacer todo el ejercicio que no se había hecho antes.
Mientras tanto, se acordó implícitamente en casi toda la sociedad que los que más impacto recibían y de los que dependíamos todos, era el personal sanitario y se organizaron grandes gestos de apoyo y agradecimiento como el aplauso solidario en los balcones o los conciertos internacionales en streaming.
Contrastó con el sentimiento anterior, el rechazo furioso a los gobiernos y sus gestiones, con artículos incendiarios, intentos de llamar a la resistencia contra las medidas oficiales, potenciado todo otra vez por el miedo, la impotencia y la rabia creada por la propia situación.
En esta primera fase, la complicación psicológica añadida vino además por la fácil propagación a través de Internet de bulos sobre toda la temática relacionada: los números de enfermos y muertos, nuevos descubrimientos científicos, planes ocultos de los gobiernos y conspiraciones internacionales.
El resultado ha sido agotador emocionalmente ya que, agarrarse por miedo o desconocimiento a narrativas tan contagiosas como el virus, intensificaron el malestar produciendo más miedo, más desesperación, más ira, y más ansiedad.
Fase actual
Entrando en el tercer mes de tener a esta pandemia en nuestras vidas, el estado emocional de la mayoría de la población ha cambiado. Muchos han enfermado o lo ha hecho algún allegado, otros han perdido a un ser querido a causa del virus y todos conocen a alguien que se ha visto afectado de una manera u otra.
Asimismo, son varias ya las semanas de confinamiento – en España uno de los más estrictos del mundo – y de distanciamiento social de familiares y amigos, con todo que esto conlleva para el ser humano.
El nivel de miedo ante la enfermedad y la muerte, en general, está bajando de manera importante. En la medida que se va profundizando en el conocimiento sobre cómo se comporta el virus y la eficacia de unas medidas básicas, se recupera cierta sensación de control – hay ciertas cosas que se pueden hacer para protegernos – y como consecuencia se ha reducido la ansiedad.
Sin embargo, la realidad que supone un confinamiento largo pesa anímicamente cada vez más. La mayoría de los proyectos planteados, en una equivocada interpretación del tiempo en casa como tiempo de vacaciones, se han quedado a medias o no llegaron a empezar.
Se han tenido que negociar trabajos y estudios telemáticos, compras, comidas, limpieza, y falta de espacio adecuado desde el punto de vista práctico y la carga emocional que supone no tener las relaciones y las rutinas habituales desde un punto de vista psicológico. Las intenciones frustradas, en combinación con la presión de seguir con normalidad, están produciendo cuadros de desgana, dejadez, tristeza o irritabilidad.
Estos sentimientos se ven acompañados de malestar físico e insomnio. Aunque se ha insistido en la importancia de mantener una rutina y un cierto nivel de actividad física, mucha gente no ha llegado a conseguirlo. Pero incluso en los que sí lo han hecho, la presión psicológica se expresa a menudo en trastornos del sueño y cansancio físico. Ambos fenómenos se ven aumentados por la falta de actividad física regular, y por la falta de contacto con el aire libre y la naturaleza.
La comunicación digital, que en principio ayudó mucho a sobrellevar el aislamiento físico, ha empezado a cansar. Para muchos pasó de ser un apoyo emocional a ser algo que les produce irritación y rechazo por hablar siempre del mismo tema, o tristeza por acentuar el hecho que no se puede ver y tocar a las otras personas.
La imposibilidad de juntarse con sus familiares y amigos, especialmente para la gente que vive sola, y la perspectiva que incluso si eso llega a pasar se desaconseja el contacto físico, es algo que está produciendo ahora mismo mucha ansiedad y tristeza.
Parece que el ánimo de la mayoría ha empeorado no solo por todo lo anterior, sino porque se empieza a entrever, con las nuevas medidas anunciadas, lo largo que va a ser volver a cómo vivíamos antes del 14 de marzo de 2020.
Mientras se van concretando las medidas de “desconfinamiento”, se percibe la incertidumbre sobre el tiempo que será necesario para que ciertas actividades sean seguras. Como consecuencia, contemplar la manera en la cual vamos a vivir en los próximos meses está generando desesperación y angustia.
Fase siguiente: Sugerencias y pautas
De aquí en adelante, y dado el estado emocional prevalente, hay ciertas cosas que se pueden hacer y otras a evitar para seguir enfrentándose adecuadamente a la crisis de la pandemia del coronavirus. Estas son algunas de las tareas pendientes:
Sobrevivir el resto del confinamiento
Variar o retomar la rutina será importante para poder sobrellevar la continuación del confinamiento. Es posible que los horarios o actividades que han servido hasta ahora ya no motivan o cuesta cumplirlos. Cambiar de proyectos o retomar los abandonados podría refrescar la motivación.
Adaptarse a las nuevas normas y aprovecharse de ellas podría ser una manera de variar la rutina. Por ejemplo, incorporar paseos o deporte al aire libre de manera programada. Salir más de casa, a la calle o a la naturaleza, aporta beneficios físicos y mentales.
Cuidarse mentalmente. Elegir más conscientemente si se quiere estar con los demás o pasar más tiempo a solas, dedicar un tiempo a una afición o actividad que distrae y relaja, escribir un diario, y hacer ejercicios de relajación de manera regular.
Elegir mejor con quien y a qué ritmo mantener el contacto. No todas las personas valen para todos los momentos y no todo contacto social es necesariamente positivo por sufrir su carencia actualmente. Aprender a distinguir lo que se necesita y quien lo puede aportar es una gran ventaja a la hora de disfrutar más de las relaciones interpersonales. Si se necesita tomar una decisión o explorar planes, hay que hablar con quién puede ayudar en este proceso sin opinar e intentar Si se necesita desahogarse, hay personas que escuchan y empatizan mejor que otras. Y si lo que apetece es echarse unas risas y relajarse, elegir a los que mejor acompañan en ello.
Protegerse del contagio emocional
Es importante de identificar los sentimientos alrededor de ciertos temas y aclarar de dónde vienen dichos sentimientos, si son propios o reflejo de los demás.
Hablar con alguien de confianza que puede entender y no juzgar. También se puede escribir los pensamientos, a veces ayuda en su análisis y control.
Protegerse del contagio de retoricas extremas y combativas, limitando la exposición a los medios de comunicación y los discursos de los políticos.
Limitar la interacción con las personas que “encienden”, o sólo hablan del mismo tema. Lo mismo con las personas que están claramente alteradas emocionalmente, pero no parecen ser conscientes de ello y actúan de manera agresiva.
Tener cuidado de no transmitir las emociones, especialmente si son fuertes, sea en persona o través de Internet. Hay que modelar para los niños y jóvenes un buen manejo de estas, expresándolas en palabras y apartarse cuando se descontrolan, para no actuar sobre ellas. Si hay dificultad en conseguirlo, hablar con un especialista de la salud mental.
Construir nuevos esquemas para el futuro, a corto y medio plazo, ahora que sabemos que no se va a tratar de una “vuelta a la normalidad”. Se están empezando a sentirse las repercusiones económicas, el paro está disparado y hay mucha inseguridad.
Ha quedado claro que todo lo planeado para los próximos meses no va a suceder como estaba previsto y es dudoso que el resto del verano será distinto. Eso produce mucha ansiedad por la ambivalencia y la preocupación, y mucha frustración y rabia por los planes cancelados.
Lo mismo que antes decíamos intentar no contemplar el futuro, ahora es importante asumir que las circunstancias han cambiado de manera definitiva, dejar de lamentar lo que no va a suceder e ir preparando, a medida que se puede, la adaptación a la nueva realidad.
Seguir extremando precauciones. Si no se tiene cuidado, y a falta de tratamientos efectivos y vacuna contra el coronavirus, se corre el riesgo de un retroceso en el avance conseguido y una vuelta a medidas más estrictas con todas sus consecuencias.
En conclusión, en un futuro próximo sufriremos de manera más generalizada las consecuencias económicas y sociales. Va a ser importante que tengamos cuidado de no dejar a nadie atrás saliendo de esta crisis. Habrá una mayor incidencia de personas con ansiedad y tendencias de evitación, y de personas tristes y deprimidas.
Sufrirán mayor malestar psicológico muchos de los que han tenido circunstancias más complicadas, como haber estado en contacto directo con la enfermedad y la muerte, haber tenido unas condiciones de confinamiento adversas, o haber sido gravemente afectados económicamente.
Los que tienen más riesgo de tener efectos mayores y más duraderos en el tiempo son principalmente los trabajadores sanitarios. El agotamiento físico y emocional que la mayoría han sufrido, más la experiencia traumática propia y ajena a la que han sido expuestos, aumentan el riesgo de una mayor incidencia de trastornos ansiosos o depresivos.
No obstante, la mayoría vamos a salir casi ilesos psicológicamente y, en algunos casos, incluso más fuertes. Es importante notar que en las guerras se han visto fortalecidos mecanismos de adaptación y resiliencia en las personas.
Por otro lado, a menudo los duelos han generado una reafirmación en la vida con su paso. Por último, en ocasiones, los eventos traumáticos, una vez gestionados, han aportado una fortaleza psicológica aumentada en los que los han sufrido. En lo emocional, es probable que estemos pasando ahora lo peor y que, efectivamente, entraremos en breve en la bajada de la curva emocional.