La vida es un enclave rodeado de peligro, incertidumbre y caos. También hay momentos de plenitud y disfrute, sino viviríamos en un infierno. Pero la necesidad de protegernos de la presión del riesgo nos lleva a generar creencias distorsionadas de la realidad, que podemos resumir en fantasías de omnipotencia e inmortalidad.
Estas ideas falseadas del mundo en el que vivimos nos permiten salir a la calle y vivir una vida “normal”, sintiéndonos protegidos por una especie de manto invisible que nos mantiene a salvo del peligro. Ignoramos así que tenemos una existencia finita que puede acabar en cualquier instante.
Sin embargo, como dice el psicólogo Francisco Duque Colino, el cual tuvo un papel relevante en el tratamiento de víctimas del 11M que se hizo en el hospital Gregorio Marañón: “todos estamos a tiro de una cáscara de plátano para morir en cualquier momento de una forma poco glamurosa”.
La vida occidental, en la que la tecnología y el progreso nos han brindado un presente de comodidad, también nos ha alejado de estar conectados a la desdicha y a la muerte. En un mundo de facilidades relegamos a una esquina sombría de nuestra conciencia la probabilidad de ser víctimas de un acontecimiento funesto: accidentes de tráfico, atracos, agresiones, pérdidas repentinas de un ser querido, enfermedades crónicas, catástrofes naturales e incluso atentados terroristas.
Ser plenamente consciente de esto podría abocarnos a estados de estrés elevados, por eso tratamos de sustituir estos pensamientos por otros que nos confieren un status imaginariamente privilegiado: “eso les pasa a otros”.
En este artículo me propongo desengranar en qué consiste un trauma y cómo hacerle frente, para que en lugar de generar creencias que maquillan nuestra vulnerabilidad, desarrollemos una fortaleza emocional que nos haga estar preparados para superar los acontecimientos más desequilibrantes en nuestra vida.
Qué es un trauma
Un trauma es la respuesta emocional que generamos a un acontecimiento que desborda nuestros recursos psicológicos. Esto quiere decir que el factor clave para desarrollar un trauma no es necesariamente el suceso que vivimos, sino nuestra capacidad para hacerle frente.
Este matiz tiene una connotación esperanzadora. De hecho, no todas las personas que sufren un acontecimiento potencialmente traumático acaban generando un trauma, sino sólo aquellas que no cuentan con herramientas adaptativas para abordarlo.
Puede que no tengamos capacidad para controlar lo que puede sucedernos, pero sí cómo vamos a responder a ello. Si al menos no podemos hacerlo en los primeros instantes del suceso, sí que podemos elegir nuestra respuesta de afrontamiento en los momentos posteriores, pasado lo que se denomina “la fase de impacto”.
El trauma supone una quiebra de nuestro modelo mental acerca de cómo funciona el mundo:
- Se rompe el sentimiento de seguridad y confianza que elaboramos desde pequeños y que nos permite salir a la calle tranquilos. De pronto el mundo se vuelve injusto e inseguro.
- Se resquebraja la sensación de control sobre nuestra vida, lo que anula la capacidad de retomar nuestro proyecto vital y llevar un estilo de vida normalizado.
- Nos obliga a asumir pérdidas repentinas de elementos que considerábamos muy importantes en nuestra vida.
- Instala un malestar intenso a través de recuerdos intrusivos y perturbadores, pesadillas, flashbacks, imágenes desagradables que invaden nuestra atención, dificultades de concentración, elevada activación fisiológica e interferencia con las rutinas básicas de la vida (alimentación, sueño, autonomía personal, etc.)
Todo ello instala en nuestra mente un sentimiento de extrañeza, de irrealidad, incluso de desidentificación con nosotros mismos, ya que se ha hace casi imposible entender lo que está sucediendo fuera y dentro de nosotros.
La sensación es de estar viviendo en una burbuja surrealista, donde no tiene sentido el mundo que nos rodea ni cómo nosotros le hacemos frente. Esto desencadena sentimientos de humillación, culpa, vergüenza, indefensión, rabia o desesperanza.
Cómo saber si es necesario tratamiento psicológico ante un trauma
Hay personas que sufren trauma pero que sus mecanismos psicológicos de afrontamiento les hacen creer que han superado el suceso, afectando su bienestar inconscientemente. Es lo que llamamos mecanismos de defensa.
Algunos de los mecanismos de defensa habituales, que son una muestra clara de la necesidad de tratamiento psicológico, son:
- Anclarse del pasado. La persona pasa la mayor parte de su actividad psicológica pensando en lo sucedido y es incapaz de organizar su vida en torno a planes y objetivos nuevos.
- Hacerse preguntas que no tienen respuesta: “¿por qué me pasó a mi?”, “¿por qué tuve que pasar por ahí?”, “¿por qué no me quedé en casa?”
- Evasión del presente y ausencia de proyectos de futuro.
- Instalación en el victimismo: hacer del hecho de ser víctima un rasgo identitario.
- Implicarse en reclamaciones judiciales sin fin, buscando una compensación o resarcimiento indeterminado.
- Negación a adaptarse y pasar página.
- Instalarse en el odio o el rencor, fantaseando recurrentemente sobre ideas de venganza.
Uno de los riesgos más graves de sufrir un trauma es hacer del rol de víctima una identidad. El trauma irrumpe disruptivamente en el estilo de vida de la persona, desorganizando sus rutinas y hábitos, anulando los roles que hasta ese momento ejercía en la sociedad y creando un paréntesis indeterminado en su vida.
Hay personas que ante la pérdida de roles y proyecto en su vida acuden al victimismo como una nueva fuente de identidad, de organizar su día a día y de visualizar su horizonte motivacional. Es decir, personas que deciden pasar de ser víctimas circunstanciales a ser víctimas crónicas.
Uno de los factores determinantes para superar un trauma consiste en abandonar el “rol de víctima” para adoptar el “rol de afectado”. El rol de afectado te habilita para sentir un malestar asumible, protegiendo tu identidad de cualquier definición que se halle en el evento traumático, dotándote de permiso para rehacer tu vida y pasar página de lo sucedido.
En definitiva, se trata no de borrar lo que ha pasado, sino de que ese suceso deje de ser un foco de tensión y sufrimiento que te resta potencialidad y alternativas.
Por dónde empezar tras sufrir un trauma
Puesto que los mecanismos habituales de afrontamiento están desbordados cuanto tenemos un trauma, el primer paso consiste en aportar un poco de significado y orden al aluvión de caos que se ha instaurado en nuestra vida.
La memoria sobre el suceso se encuentra fragmentada, con fotogramas, sensaciones y emociones inconexas, formando un recuerdo en forma de masa indigesta para nuestro cerebro.
De esta forma, cuando el recuerdo traumático irrumpe en nuestra conciencia mediante imágenes, pesadillas o flashbacks, ocasiona una intensa respuesta fisiológica y emocional, muy parecida a la que se vivió en el momento del suceso, produciendo una revictimización de lo sucedido.
Es necesario acudir a un servicio terapéutico adecuado para que haga un acompañamiento profesional. Una vez que hay presencia de sintomatología traumática, hemos perdido la capacidad de hacerle frente de forma autónoma. Así que necesitamos de un guía que nos acompañe en todo el proceso de desensibilización y recuperación.
Habitualmente, los servicios de atención primaria de salud pueden derivar a recursos terapéuticos especializados. También se puede obtener información en los servicios sociales de atención primaria de tu localidad.
Si el suceso traumático comporta un delito puedes recurrir a las oficinas de atención a la víctima que hay en cada provincia, a las que se puede derivar desde cualquier comisaría de policía.
Es muy importante, diría que crucial, que los profesionales que trabajan con víctimas de trauma se muestren “humanos”. Con esto me refiero a:
- Que sintonicen con el malestar de la persona y demuestren empatía incondicionalmente.
- Que no juzguen ni generen reacciones que puedan culpabilizar o hacer sentir a las víctimas deslegitimadas en su malestar.
- Ofrecer calidez y un trato no sólo amable, sino afectuoso. Las personas necesitamos sentirnos queridas en los momentos de mayor vulnerabilidad.
- Que reconozcan sus limitaciones y no realicen prácticas que puedan resultar negligentes o inadecuadas, derivando a profesionales especializados con la mayor urgencia en caso de necesitar una intervención que supera sus posibilidades.
Cómo afrontar el trauma
La idea fundamental a tener en cuenta a la hora de afrontar un trauma está recogida en unas palabras muy elocuentes de Francisco Duque: “persona normal en situación anormal”.
El aluvión de reacciones irracionales y desconcertantes que se vive puede llevar a la persona a verse a sí misma como un bicho raro, como alguien anormal o defectuoso. Hay que concienciar en la idea nuclear de que cuando sufrimos un trauma se tienen reacciones normales, entendiendo normales como reacciones que se desencadenan de forma natural por un suceso desproporcionado para la capacidad cotidiana de superar las dificultades.
La intervención en trauma se puede clasificar en tres tipos de etapas:
Fase de impacto
Se trata de los momentos iniciales en los que sucede el suceso traumático. En esta fase las prioridades son reducir el nivel de activación fisiológica; ofrecer información relevante a la persona afectada para orientarla, asesorarla y guiarla en lo que ha sucedido; y conectarla con las personas de su entorno y los servicios asistenciales especializados.
Fase de afrontamiento
En un segundo momento, una vez superados los primeros días o semanas del suceso, cuando la persona se ha estabilizado, se puede empezar a intervenir con aquellas personas que necesitan atención psicológica porque no han podido digerir de forma autónoma lo sucedido.
En este caso, los servicios terapéuticos especializados de la red asistencial pública realizan varias sesiones utilizando técnicas de intervención en trauma destinadas a desensibilizar las reacciones fisiológicas y emocionales y potenciar recursos psicológicos de superación.
Fase de cronificación
Esta etapa se produce en aquellas personas que no han podido superar lo sucedido en las fases anteriores. Las víctimas en esta etapa siguen desbordadas por lo sucedido y no han conseguido retomar su cotidianeidad con normalidad. Se requiere, por tanto, un tratamiento psicológico más complejo y de mayor duración.
El objetivo del tratamiento psicológico en trauma es ayudar a reconciliar los recursos cognitivos y emocionales de la persona, rebajando la intensidad fisiológica con la que se vive el recuerdo y aportando significados que ayuden a integrar y digerir la experiencia.
En este sentido, la ruta de trabajo es lo que denomino “de abajo hacia arriba.” El sentido común nos lleva a emitir mensajes tranquilizadores y alentadores a la persona que ha sufrido un trauma. Sin embargo, por más bienintencionadas que sean estas acciones resultan del todo ineficaces.
Una persona que sufre trauma no necesita unas palabras tranquilizadoras, necesita dejar de experimentar el intenso malestar que siente. En un momento posterior sí necesitará esas palabras de aliento.
El tratamiento de abajo hacia arriba consiste en dejar de lado, temporalmente, el trabajo de las creencias y pensamientos perturbadores para centrarnos en la regulación del estado fisiológico.
Aquí entran en juego las técnicas de relajación, como el entrenamiento en relajación abdominal, el entrenamiento autógeno o el mindfulness. De forma adicional se requiere emplear técnicas que restan poder perturbador al recuerdo traumático.
Esto se consigue con métodos como el E.M.D.R. (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), tapping o E.F.T (Técnica de Liberación Emocional), o TIC (Técnicas de Integración Cerebral). Estas técnicas están diseñadas para trabajar los circuitos inferiores del cerebro, en los que intervienen estructuras cerebrales como el sistema límbico y el Eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (Eje HHA).
Una vez que hemos podido estabilizar los circuitos de activación fisiológica y emocional (de abajo) podemos trabajar los recursos psicológicos de afrontamiento (de arriba). La persona que sufre un trauma necesita, en última instancia, desarrollar un sistema de creencias que le permita adaptarse a su nueva situación y a una nueva concepción del mundo: más realista y con ideas que resalten su fortaleza mental y su capacidad de superación.
Como dice Francisco Duque: “las víctimas necesitan dejar de serlo”. En este momento de la terapia pueden emplearse técnicas como la reestructuración cognitiva de Aaron Beck, la terapia racional emotiva de Albert Ellis, la terapia de desensibilización sistemática o la técnica de inoculación al estrés de Meichenbaum.
Aunque la PNL (Programación Neurolingüística) ha sido criticada por la comunidad científica por falta de evidencia científica, constituye en mi opinión un poderoso recurso para los momentos finales del tratamiento, aportando recursos prácticos a la persona que potencian su protagonismo y autogestión emocional, objetivos primordiales de todo tratamiento en trauma.
Crecimiento postraumático
Se denomina crecimiento postraumático al fenómeno que se da cuando una persona que ha sufrido un trauma convierte ese trauma en un foco de superación y en una causa de reafirmación personal.
Hay personas que llegan a realizar un gran autodescubrimiento de capacidades y talentos que desconocían de sí mismas. El trauma, en lugar de absorberlas en un lodo de sufrimiento, se convierte en una catapulta para su proyecto vital.
Encuentran significados, valores y creencias que antes no tenían y de esta forma desatan un poder personal que antes les parecía oculto.
Algunas pautas que pueden ayudar a iniciar ese crecimiento postraumático son:
- Buscar espacios de desahogo y exteriorizar los sentimientos.
- Desarrollar un estilo de vida sano y equilibrado (alimentación y sueño).
- Mimarse un poco con cosas que nos hacen ilusión.
- Mantener una vida social activa, estar en contacto con seres queridos y la red de amigos.
- Mirar al futuro, visualizando un nuevo horizonte, marcando retos motivadores en el calendario.
- Gestionar las emociones negativas, dirigiéndolas hacia actividades canalizadoras (deporte, arte, música, creatividad).
- Prestar atención a las fortalezas que se han mostrado, redefiniendo un autoconcepto positivo.
- Preservar una actitud entusiasta ante la vida.
- Aceptación de las limitaciones personales, de la vulnerabilidad y de la incertidumbre que rodea al mundo.
- Fortalecer los valores propios y forjar unos criterios morales sólidos.
- Potenciar una fuerte determinación por vivir y explorar nuevos caminos.
El ejemplo del doctor Víctor Frankl ha sido ampliamente difundido como muestra de superación y resiliencia. Psicólogo superviviente a los campos de exterminio nazis, su vida fue uno de los recursos terapéuticos de mayor calado con los que contamos.
Por ello, por más veces que recurramos a su testimonio y palabras, nunca dejará de ser necesario su testimonio. Como él expuso en su libro “El hombre en busca de sentido”:
““Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas – la elección de la actitud personal que debe afrontar frente al destino – para decidir su propio camino” (…) “En conclusión, cada hombre, aún bajo unas condiciones tan trágicas, guarda la libertad interior de decidir quién quiere ser – espiritual y mentalmente – , porque incluso en estas circunstancias es capaz de conservar la dignidad de seguir sintiendo como un ser humano.” (…) “Y es precisamente esta libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido”.
Fuentes bibliográficas:
- Duque Colino.F., Mallo Caño, M. y Álvarez Segura, Mar. (2004). “Superando el trauma. La vida tras el 11-M”. Editorial “La Liebre de Marzo”.
- Echeburúa, E. (2004). “Superar un trauma. El tratamiento de las víctimas de sucesos violentos”. Editorial Pirámide.
- Frankl, V. (2015). “El hombre en busca de sentido”. Editorial Herder.