Son las 8 de la tarde y te preparas para salir a correr. El día ha sido espléndido, has terminado el trabajo sin dejar cosas pendientes y sin imprevistos, cosa que te da tranquilidad.
Los últimos rayos de sol son el preludio del atardecer, que acompañará tus zancadas. Además has quedado con un amigo con el que compartir carrera y charla. El tiempo pasa volando.
Sin embargo hace una semana, la cosa era bien distinta. Fueron días de incertidumbre con un nuevo proyecto profesional que poner en marcha y con personas nuevas con las que tratar. Esto te generaba intranquilidad. Y no dormías bien.
En el trabajo postergabas las tareas habituales del día a día, dando prioridad a otras que creías eran más importantes. Y no llegabas a todo. Además tu relación con los compañeros empezaba a resentirse. Cuando surgía algún imprevisto reaccionabas con enfado. Te faltaba serenidad. Y el horario de tus comidas se trastocaba y te llevabas a la boca cualquier cosa, más por calmar tu ansiedad que por saciar tu hambre.
Eran las 8 de la tarde, momento de salir a correr, y por tu cabeza rondaban pensamientos como: “déjalo para mañana, estás demasiado cansado, has de terminar el trabajo pendiente, mejor quédate casa”. Y no salías a correr.
En esos instantes de pereza dices adiós a tu momento para desconectar del trabajo y conectar contigo. Y das un paso atrás en el camino hacia tu bienestar.
Son unos segundos CLAVE en los que el juego interior entre el “voy-no voy” libra su batalla. Y pasamos por zonas de motivación y tedio, de acción y pereza.
¿Hay alguna razón que nos haga ser más perezosos o más diligentes?
Pues resulta que sí. La respuesta se halla en nuestro cerebro y, en concreto, en un neurotransmisor, la dopamina. Investigaciones recientes, han descubierto que es la encargada de darnos el empujoncito que necesitamos para entrar en acción.
“Las tareas para las que debemos esforzarnos mucho necesitan de altas dosis de dopamina en el cerebro”, asegura Mercè Correa, investigadora de la Universidad Jaime I. Este neurotransmisor resulta esencial para la motivación psicológica y para empujarnos a movernos físicamente. Es el encargado de potenciar la fuerza de voluntad.
Es el elemento que, al final, inclina la balanza hacia “me quedo en el sofá” o “salgo a correr”.
Michael Treadway, psiquiatra investigador de la Harvard Medical School (EE.UU.) publicó en el Journal of Neurosciences, los resultados de una investigación sobre lo que ocurre en nuestro cerebro cuando se debate entre la acción y la pereza.
Las personas con mayor capacidad de acción ante tareas que requieren esfuerzo producen más dopamina en el estriado izquierdo (relacionado con el movimiento corporal) y en el córtex prefrontal ventromedial (implicado en la toma de decisiones)
Cuando la pereza se convierte en habitual, da lugar a espirales negativas donde la inactividad, la falta de creatividad y el estancamiento son los protagonistas.
Y si esta espiral crece, nos sentimos desmotivados, poco eficaces. Perdemos confianza en nosotros mismos y en lo que hacemos.
Sin embargo estos “instantes perezosos” son parte de nuestra vida.
¿Cómo podemos hacer de la pereza nuestra mejor aliada?
Un primer paso es tomar conciencia de las cosas que realmente te cuesta hacer por pereza. Puede ser tu ejercicio físico, recoger la mesa, planchar, revisar informes, hacer cuentas, dirigir la palabra a alguien, etc.
Suelen ser actividades rutinarias, poco estimulantes, mecánicas, en las que no encontramos ningún elemento motivador.
Una vez identificados tus momentos perezosos puedes recurrir a alguna de las siguientes estrategias:
1.- Convierte ese momento en algo extraordinario
Despierta tu creatividad y dale la vuelta a la situación. Conviértela en algo importante o divertido.
Imagina que tus informes deciden tu futuro profesional, o que tus ejercicios de gimnasia los siguen por televisión.
Puedes permitirte ser un personaje de ficción. Busca un punto de humor y diversión. Acompaña el momento de elementos motivadores: música, ropa, cambio de entorno, etc.
Esta herramienta funciona bien con niños cuando hay que poner disciplina y acción ante la pereza de las tareas cotidianas como poner la mesa o hacerse la cama.
Puede organizarse un concurso a la mesa más original o hacer la cama al son de una canción, incluso montando una coreografía.
2.- Actúa sin pensar
Se trata de poner la mente en blanco, el piloto automático, y pasar a la acción. No te permitas el juego interior del si/no más de 30 segundos. En cuanto empiecen las dudas ¡actúa! Una vez en marcha todo suele ser más fácil y no hay vuelta atrás.
Y resulta que la satisfacción de terminar con lo que has comenzado es grande y deja huella en tu fuerza de voluntad para la próxima vez.
Esta estrategia la aplico en competiciones de larga duración, en momento en los que llega el pensamiento saboteador del no puedo, qué largo es esto. Me limito a no pensar y dar zancadas, mirar cómo el suelo que corre bajo mis pies me dice que avance.
Hasta en ocasiones cuento pasos, curvas que me quedan, en modo automático, sin dar más vueltas a las cosas. Pasados unos minutos mi atención va a otra cosa y suele ser más positiva,
3.- Recurre a cómo te sientes después, a la consecuencia
Mira más allá del momento presente e imagínate tu tarea terminada, ¿cómo te sientes? ¿qué te aporta?.
Apóyate en tu satisfacción personal del “después” para pasar a la acción.
Imagina tu ducha tras el rato de deporte, o la cerveza con los amigos. Ponte en el lugar de la persona que leerá tu informe. Prémiate con un después motivador. Sabes que cuando hagas esas llamadas que te cuestan irás a tomar un café a ese lugar que tanto te gusta, o llamarás a una buena amiga para ir al cine, etc.
Una de mis mejores recompensas es el desayuno después de un entrenamiento madrugador.
4.- Permítete un día perezoso
Si nos preguntamos qué cosas positivas nos aporta la pereza, podríamos decir que nos: protege de cansarnos, de lo desconocido, de lo aburrido, de lo rutinario.
La pereza nos lleva a la inactividad, a descansar. Y en ocasiones esto es necesario. El día a día está marcado por obligaciones y horarios que imponen un ritmo trepidante a nuestra vida.
Y llega un día en el que nos apetece tranquilidad, pausar, no mirar el reloj y tal vez no hacer nada más que merodear por casa. Nos apetece ser perezosos. Y pueden ser días geniales. Regálatelos.
Me viene al recuerdo un domingo del mes de enero. El día anterior había competido en el Campeonato de Europa de Triatlón de Invierno en Reinosa. Fue un viaje complicado con fuertes nevada y alertas por temporal. La competición estuvo a punto de suspenderse.
Finalmente se celebró. Mi rendimiento fue excelente: medalla de bronce, eso sí, acompañada de grandes dosis de incertidumbre, dudas , nervios ante una metereología muy complicada con ventiscas, hielo, nieve.
En ese viaje me acompañó mi hija Paula de 10 años. A las 12 de la noche de aquel sábado entrábamos en casa. En aquel momento sentí que la meta estaba en casa.
Aquel domingo fue uno de los más perezosos que recuerdo. Y fue genial. Solo quería tumbarme y sentir calor, estar con mis hijos, merodear por casa en pijama, básicamente no hacer nada… O hacer las cosas sencillas de casa con lentitud, con pausa, compartiendo con los demás.
Escucha a tu cuerpo y regálate días así, de vez en cuando.
5.- Reserva momentos para no hacer nada
Como buen hábito diario te animo a reservar unos minutos del día para que esa sensación de pereza se adueñe de ti. Deja que surjan pensamientos, ideas, paraliza tus acciones y lleva tu atención a la respiración, a un paisaje, a los sonidos, a las personas que te rodean, etc.
Reserva un momento “perezoso” al día, con unos pocos minutos es suficiente. Anótalo en tu agenda como prioritario. Saldrás recargado de energía y con ganas de acción para continuar.