La Atención es considerada uno de los procesos psicológicos básicos. Entonces, diríamos que todos, dentro de una situación de normalidad, atendemos. El ingrediente que aporta la disciplina de la Atención Plena (una de las maneras de definir el término de Mindfulness), es hacernos conscientes de dónde estamos dirigiendo nuestra atención; es decir, darnos cuenta de que atendemos y a qué lo hacemos.
Si no es así, funcionamos con el mencionado “piloto automático”, dando por supuestas demasiadas cosas y permitiendo que el tiempo y los acontecimientos de nuestra vida se escurran entre nuestros dedos.
La Atención Plena nos ancla al momento presente de manera casi inevitable. La desaparición de las obsesiones pasadas y de las preocupaciones futuras, aunque sea por un instante, permiten una experiencia renovadora, grande, amplificadora. El presente es lo único que nos pertenece, que no nos pertenece pero, sin embargo, es la única realidad que vivimos en cada segundo que pasa, y es el único escenario donde tenemos la posibilidad de cambiar, de actuar.
Las 7 actitudes básicas de la Atención Plena
En la disciplina de la Atención Plena se habla de siete actitudes básicas:
- no juzgar
- la paciencia
- la mente de principiante
- la verdad
- el no forzar
- la aceptación
- el dejar que las cosas emerjan sin apego
De esta manera hay cabida a un despertar de nuestra naturaleza esencial que en la mayoría de los casos ha quedado socavada bajo un montón de pensamientos, de memorias, de caretas y de identificaciones tanto con nosotros mismos como con el mundo que nos rodea.
El no juzgar permite que las cosas sean como tienen que ser sin resistencia, aceptando el libre fluir de la vida dentro de la propia existencia, sin impacientarnos esperando que todo sea como nosotros queremos.
Es no creernos ni tan grandes ni tan omnipotentes como nos creemos, tan egocéntricos, y confiar en una naturaleza superior que funciona más allá de nuestra mente y de nuestros ideales. La aceptación nos lleva a la verdad, ya que cuando dejamos de luchar contra lo que es, caen las máscaras y se desvela la claridad y la autenticidad.
Conseguir una mente de principiantes, pienso, es uno de los regalos más bonitos que nos podemos hacer. Recuperar aquella inocencia, que no ignorancia, de cuando veíamos la vida sin expectativas y aún sin pasado ni futuro. Donde contemplar un árbol o un pájaro podía ser una experiencia extraordinaria y no dábamos nada por hecho. Cada día era un día nuevo, y cada persona, cada paso, cada detalle, una vivencia renovada y reveladora de múltiples posibilidades. Volver a la inocencia desde una sabiduría que ha ido recayendo en nosotros a lo largo de los años.
La Atención Plena es un despertar de la mente a una nueva realidad que siempre ha estado allí pero que hemos dejado de hacerle caso. Es entrar en un contacto real con lo que estoy haciendo, o con quien estoy hablando, o con cada paso que voy avanzando mientras camino. Todo cobra una importancia más grande y, a la vez, más humilde, pues la plenitud viene por la propia vivencia de lo que experimento a nivel interno haciendo esto y sin esperar nada más.
Nuestra mente está construyendo historias sin parar, tan efímeras como una pompa de jabón que de repente explota y desaparece en la nada. El hacer una práctica formal como sería la meditación, nos permite por un rato pararnos y observarnos. Y el observarnos ha de ser desde una actitud compasiva hacia nosotros mismos, simplemente aceptando la realidad de lo que somos y hemos sido hasta el momento y dándonos las posibilidades de cambio que puedan ir desvelándose delante nuestro cuando empezamos a prestarnos una atención especial.
Meditar no es decir “basta” a los pensamientos, sino observarlos mientras tomo consciencia que yo no soy ellos, sino que soy algo más grande que observa y que es consciente que todo esto está ocurriendo en mi interior.
La práctica formal es el motor que invita a empezar entonces a practicar una práctica informal, que sería el vivir mi vida cotidiana con más consciencia, decidiendo con más propiedad y responsabilidad. Sería el hacer tareas domésticas siendo consciente de lo que estoy haciendo, acompañándome en esta acción. Sería el observar mis dedos mientras escriben esto íntegramente con mi mente y mi cuerpo, que canaliza estos pensamientos, trabajando como un conjunto holístico que permite esta realidad aquí y ahora.
Y entonces, agradecer. Porque no hay nada más profundo y pacificador que descubrir que aquello que tanto busco desesperadamente afuera, está aquí conmigo siempre, esperando, paciente, a que yo quiera verlo. Es volver a casa después de un largo viaje. Es descansar.