Constantemente nos sobrevienen multitud de pensamientos que parecen florecer de manera espontánea en nuestra mente, sin que apenas tengamos la impresión de poder ejercer un control consciente sobre ellos.
Con mucha frecuencia, además, cuando valoramos estos pensamientos como contrarios o perjudiciales para nuestros deseos o intereses, experimentamos una sensación de malestar interno en forma de intranquilidad, tristeza, miedo o rabia.
Estas percepciones, a su vez, suelen originar más pensamientos de la misma índole, desencadenándose así una especie de bucle donde nuestras preocupaciones alimentan en nuestro fuero interno determinadas emociones “negativas” y éstas, a su vez, dan lugar a un mayor número de pensamientos angustiantes.
En los peores casos, este proceso (si no sabemos ponerle fin) puede acabar desembocando en algún tipo de trastorno de ansiedad o depresión.
En cualquier caso, es muy interesante aquí darnos cuenta de la facilidad con la que nos quedamos enganchados a nuestras preocupaciones (de la cuales no nos resulta nada fácil escapar) y observar la retroalimentación constante que se genera entre nuestro sistema de razonamiento y las emociones que sentimos.
Ahora bien, si nos detenemos a reflexionar un poco sobre este asunto, comprobaremos como con frecuencia nuestras preocupaciones e inquietudes versan o bien sobre hechos relacionados sobre cuestiones que aún no han sucedido, o bien sobre acontecimientos pasados que hubiésemos preferido que hubieran ocurrido de otra forma o directamente que no hubieran pasado nunca.
La cosa se torna todavía más curiosa cuando nos damos cuenta que normalmente este tipo de disertaciones mentales no nos conducen a ninguna solución práctica sobre nuestros supuestos problemas puesto que, por un lado, es habitual que llegado el caso todo aquello que nos generaba preocupación no llegue jamás a concretarse en la realidad (al menos de la forma exacta en cómo lo imaginamos) y, por el otro, es evidente que toda nuestra angustia causada por nuestros recuerdos pasados nunca conseguirá revertir los sucesos acaecidos tiempo atrás.
No obstante, también es común que el motivo de nuestro padecimiento sea debido a sucesos que ciertamente sí que están ocurriendo en nuestro presente, es decir, cuando nos mostramos disconformes con nuestra realidad actual porque preferiríamos que fuera de manera diferente a la que en verdad está teniendo lugar.
En cualquier caso, si reflexionamos sobre ello veremos una vez más que, en sí mismos, tanto el hecho de angustiarnos por nuestra situación presente como el anhelo de querer vivir una situación distinta a la que estamos viviendo resultan totalmente incapaces de modificar ni un ápice nuestra situación actual.
Por lo tanto, en lugar de quedarnos estancados auto-compadeciéndonos, en ocasiones puede ser útil interpretar nuestro malestar como una especie de llamada a la movilización de nuestros propios recursos para intentar “mejorar” la situación adversa que se nos está dando (siempre que nos sea posible, claro).
En resumidas cuentas, es muy interesante constatar cómo, debido a nuestras preocupaciones, a menudo albergamos un importante estado de sufrimiento que resulta totalmente infructuoso para nosotros, más allá de la toma de conciencia de su completa ineficiencia.
De este modo, tal y como por ejemplo se señala desde la Programación Neurolingüística (PNL) creo que es útil comprobar hasta qué punto toda esta cadena de “pensamientos irracionales” (basados en creencias e interpretaciones subjetivas o arbitrarias) no nos ayudan en absoluto y pueden, incluso, llegar a hacernos sentir enormemente desdichados, condicionando así directamente nuestra sensación de bienestar o sentido de la felicidad.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer cuando nos vemos impelidos continuamente hacia está dirección al sobrevenirnos pensamientos que nos hacen sentir mal?
El observador externo
A mi entender, lo esencial es saber situarnos en una posición de “observador externo” y relativizar los pensamientos que están teniendo lugar sabiendo que, en cualquier caso, son debidos a conjeturas e interpretaciones subjetivas y no a la realidad de los hechos en sí mismos.
Para ello suele ser de mucha ayuda la toma de conciencia del momento presente, del aquí y el ahora inmediato, pero no desde la perspectiva que nos ofrecen los hechos circunstanciales o las características de nuestro contexto actual, sino desde un punto de vista mucho más profundo, focalizando nuestra atención en nosotros mismos, por ejemplo a través de la observación calmada de nuestro estado físico o de nuestra respiración.
Al tiempo, es muy importante no juzgarnos a nosotros mismos por sentirnos de tal o cual manera, por pensar esto, aquello, etcétera. Suele resultar totalmente contraproducente querer luchar contra las propias emociones y pensamientos, pues el resultado lógico de ello es que añadamos más malestar a nuestro interior.
Ahora bien, tampoco es conveniente de ningún modo aferrarse a nuestras propias ideas o emociones, simplemente por el hecho de sentirlas. Por tanto, es imprescindible – aunque nos cueste – aceptar lo que se está dando para, de esta manera, soltarlo y dejarlo fluir y que así, poco a poco, pueda transformarse.
Por último, es enriquecedor tener en cuenta que, aún ante una situación cualquiera (por dramática que pueda ser) no existe una única manera de responder o actuar, sino múltiples. De hecho, todos conocemos casos de diferentes personas que han reaccionado de formas muy diversas ante infortunios aparentemente similares (rupturas de pareja, despidos laborales, muerte de seres queridos, enfermedades, etc.). Por lo tanto, al final no es tanto “lo que pueda sucederme” sino cómo seré capaz de responder y desenvolverme ante ello.
Viktor Frankl, psiquiatra que sobrevivió a los campos de concentración nazis, en su obra “El hombre en busca de sentido” (1946) afirma que la actitud ante cualquier circunstancia de la vida depende en última instancia de una elección personal.
De este modo, por tanto, a pesar de que una persona efectivamente no siempre pueda cambiar las circunstancias que le afectan negativamente en su vida, sí que en todo momento puede hacer uso de su libertad individual para escoger la actitud con la cual las afronta.