En muchas ocasiones nos resulta complicado cuestionar una determinada forma de hacer cosas. Imagínate que entras a trabajar en una determinada empresa y te explican cuál es su manera de funcionar para que te adaptes a su sistema. Es posible que no comprendas la utilidad de algunas de las cosas que te explican. Sin embargo como eres nuevo prefieres callarte por si hay algo que se te escapa y ya tendrás tiempo de comprenderlo más adelante.
Pasa el tiempo y sigues sin entender porqué se hacen ciertas cosas de cierta manera. Piensas que puede haber alternativas mejores y quizá más productivas para la empresa. Un día te encuentras con uno de tus superiores y le expones tus dudas. Ante tu sorpresa, no recibes respuestas claras a tus preguntas.
Te quedas con la impresión de que tu jefe tampoco sabe porqué se actúa en la empresa de determinada manera. Más tarde descubres que el jefe anterior ya permitía esa forma de trabajo. Y posiblemente los jefes anteriores también. El nuevo jefe tan sólo ha seguido los pasos de sus predecesores sin cuestionarse nada.
La paradoja de los monos y los plátanos explica esta situación. Personalmente cada vez que pienso en esta paradoja la relaciono con el ámbito laboral. Sin embargo se puede aplicar a cualquier ámbito, amigos o familia.
La paradoja de los monos y los plátanos
«En un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el centro de la misma ubicaron una escalera, y en lo alto, unos plátanos. Cuando uno de los monos ascendía por la escalera para acceder a los plátanos, los experimentadores rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría.
Al cabo de un tiempo, los monos asimilaron la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría, de modo que cuando uno de ellos se aventuraba a ascender un busca de un plátano, el resto de monos se lo impedían con violencia. Al final, e incluso ante la tentación del alimento, ningún mono se atrevía a subir por la escalera.
En ese momento, los experimentadores extrajeron uno de los cinco monos iniciales e introdujeron uno nuevo en la habitación.
El mono nuevo, naturalmente, trepó por la escalera en busca de los plátanos. En cuanto los demás observaron sus intenciones, se abalanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de que el chorro de agua fría hiciera su aparición. Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo mono comprendió que era mejor para su integridad renunciar a ascender por la escalera.
Los experimentadores sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo inicial. El primer mono sustituido participó con especial interés en las palizas al nuevo mono trepador.
Posteriormente se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que llegó un momento en que todos los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.
En ese momento, los experimentadores se encontraron con algo sorprendente. Ninguno de los monos que había en la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse con los plátanos. Si hubieran podido preguntar a los primates por qué no subían para alcanzar el alimento, probablemente la respuesta hubiera sido esta “No lo sé. Esto siempre ha sido así”.