¿Qué puede ocurrir si a la hora de plantearte cuestiones importantes te topas con ese aspecto de tu personalidad, la parte indecisa? ¿De dónde proviene, esta faceta y cómo puede influir en nuestras vidas?
No hay riesgo de equivocación si se parte de un -no sé – . Hay muchos individuos que evitan a toda costa cometer un error dejando escapar oportunidades, la posibilidad de encontrar personas importantes y, sobre todo, dejan incompleto un precioso espacio personal para aprender.
¿Sabes qué precio estás pagando por mantener tu nivel de indecisión?
Rescatando los orígenes
Vamos a remontarnos a cuando éramos pequeños ¿Cómo aprenden los niños a andar? se esfuerzan enormemente para ponerse de pie, dar un primer paso tambaleante y se caen. Afortunadamente, no tienen en mente los conceptos de fracaso, ni de error, de lo contrario nadie andaría. Todos tenemos un gran método que proviene de nuestra sabiduría interior o bien de nuestra intuición y para aprender a andar tuvimos que basarnos, alguna vez en probar, equivocarnos, rectificar, aprender y volver a empezar. Ahora bien, imagínate que frente a nuestro primer tropezón hubiéramos decidido entonces no volverlo a intentar ¿Qué nos hubiera sucedido?
Sin embargo, lo que prevaleció fue la brillante idea de -si observo que todos pueden hacerlo, yo también lo haré-. Caminaré.
A medida que vamos creciendo resulta cada vez más difícil mantener esa actitud positiva ante la posibilidad de probar a hacer algo distinto. Esto se debe a que empezamos a valorar los elogios de padres y maestros y es natural que queramos hacer las cosas bien para obtener más aprobación por parte de todos ellos.
Cuando cometemos algún error, obtenemos todo lo contrario. En este sentido, nos puede influir la presión del entorno: ser ridiculizado por haber cometido algún error puede ser una experiencia realmente dolorosa con repercusiones a largo plazo. Por lo tanto, es normal que hagamos todo lo posible por no equivocarnos aunque en realidad, como veremos, no es una actitud especialmente útil cuando queremos introducir cambios y progresar en la vida.
Las personas que posponen sus decisiones terminan por creer que son juguetes del destino, como si tuvieran la voluntad rota. A veces sus sentimientos de tristeza o sus propias creencias no les permiten ver ninguna alternativa sana.
Creencias que nos limitan
En las sesiones de coaching individual, puedo escuchar algunas de las razones que las personas proclaman para no tomar decisiones, por ejemplo: “todo debe ser sencillo y fácil” por lo que se alejan de lo difícil y lo complicado, creen que no es conveniente cansarse ni trabajar demasiado. Sin embargo, lo que vale la pena no es tan fácil, porque, si así fuera, cualquiera lo conseguiría. Otros suponen que deben hacerse a un lado para no arriesgarse a causar problemas a los demás si hacen algo.
Es interesante ver cómo una persona puede descubrir que en verdad quien se perjudica es aquel que se abandona a la pasividad o a la indecisión negándose a asumir sus elecciones. Es apasionante ver cómo una persona se responsabiliza en el adulto que es hoy, dejando el pasado atrás y trabajando alternativas inteligentes.
Permisos
Darse permiso para cometer errores es una verdadera liberación. Aunque durante años hayas hecho cosas de una determinada manera debido a comentarios como “No puedes hacer eso» “Seguro que lo estropeas todo” o “ tú no vales para eso “, a partir de una determinada edad, la única voz que puede llegar a ser tan crítica es la propia. Es cierto que no podemos cambiar el pasado y que el futuro está demasiado lejos, por lo tanto, lo único que podemos hacer es decidir de qué manera queremos empezar a vivir hoy y a introducir pequeños cambios, dando pasos como en algún momento de nuestra biografía personal hemos realizado. Contamos con esa maravillosa experiencia de aprender a andar. Por lo tanto, si una vez te has puesto de pie te has caído y te has vuelto a levantar quiere decir que tienes recursos internos para dar pasos.
Vivir exige un mínimo de audacia, ya que no existen las certezas absolutas, solo hay probabilidades. Pero si aprendemos a mirar, a comprobar que existe un orden que siempre surge después de cualquier desorden y que la intención es más importante que el error, entonces estaremos en mejor disposición y gozaremos de una mayor tranquilidad para poder decidir.
Perdiendo el miedo a perder
Sabemos que las dudas nos ayudan a decidir siempre y cuando no las utilicemos para generar un bucle que se retroalimente de más dudas. Dudar hace que sopese posibilidades, por lo tanto el paso siguiente es decidir. Para decidir necesito comprender que siempre que se elige se pierde algo. Veamos un ejemplo: si estoy sola/o y decido estar en pareja, pierdo mi condición de soltera/o, si decido divorciarme pierdo mi condición de casada/o, si decido optar por la maternidad/paternidad pierdo el rol de single/pareja para pasar a otro rol: el ser madre/padre, crear una familia o un hogar monoparental, si estoy a punto de licenciarme perderé mi condición de estudiante.
En todos los casos nos tenemos que enfrentar y confrontar con una nueva realidad que muchas veces nos asusta simplemente porque nos resulta desconocida y, frente a lo desconocido, solemos adoptar una actitud defensiva, nos defendemos de aquello por lo que nos sentimos amenazados. Por esa razón, son muchas las personas que pasan muchos años de su de su vida sin tomar una sola decisión importante.
Vemos que en cada pérdida hay una ganancia y viceversa y esto es lo importante: empezar a perderle el miedo a la pérdida para concentrarse en la ganancia.
Algunos consejos prácticos
Prepara una lista
Escribir los pros y los contras de cada decisión puede ayudarte a resolver algunas dudas. Hacer listas ayuda a visualizar el problema y a objetivarlo, pero tampoco abuses de este recurso. Si inviertes mucho tiempo en confeccionarlas, esa acción quizá se convierta en una forma de incrementar la ansiedad que te genera el tomar decisiones.
Ten presente que, al elegir, necesariamente vas a renunciar a algo. Nadie puede quedarse con todo y eso es algo que no siempre se acepta. Hay que asumir las pérdidas ocasionadas por lo que se descarta. La lista debería servirte para saber qué cosas estás en condiciones de resignarte a carecer.
Da pequeños pasos
Reserva la “crisis de decisión” para los dilemas realmente trascendentes. Comprométete a que, de ahora en adelante, cada vez que vayas a un restaurante vas a intentar tomarte solo un par de minutos para elegir un plato. Evaluar qué habría pasado si hubiera optado por algo distinto solo va a hacer que te sientas frustrada/o. Aprende a separar lo urgente de lo prioritario y respétalo
Piensa en ti
Parte del estrés que genera tomar decisiones está relacionado con que nunca lo hacemos completamente solos: siempre está la fantasía de que hay alguien a quien “tenemos” que agradar (muchas personas eligen determinada carrera universitaria para conformar a sus padres, aun cuando no les entusiasme del todo) o alguna persona que nos indica “lo que deberíamos hacer” (a veces somos nosotros los que pedimos opinión a todos antes de hacer una elección).
La dependencia externa no es buena. Una cosa es consultar a una amiga o usar una sesión con tu coach para analizar algunas coyunturas y otra es hablar con padres, hermanos, novios, amigos, sacerdotes, profesores o la dueña del herbolario.
Analiza si lo que estás decidiendo se relaciona con tu deseo o con el de un tercero. Y, en el caso de que hayas recibido una opinión contraria a la tuya sobre un tema determinado, pregúntate a quién beneficia más ese consejo: ¿a ti o al otro? Tus decisiones deben favorecerte más a ti.
Confía en tu Intuición
A veces, una sensación interna te lleva a priorizar una opción en lugar de otra. Aunque no es lo mejor otorgarle el poder absoluto a un pálpito, a la hora de decidir algo importante es bueno que escuches tu voz interior: la “corazonada” suele construirse con retazos de información que no registramos de modo consciente. Es importante confiar en tu intuición y en tus capacidades: la falta de seguridad en ti mismo te lleva a postergar las decisiones.