La personalidad en la actualidad es entendida como el conjunto de emociones, sentimientos y pensamientos ligados al comportamiento que comprende una persona.
Este patrón persiste a lo largo del tiempo, ya que la personalidad se conceptualiza como una variable estable de la persona y de esta forma construye nuestra identidad.
A esto está ligada la conducta moral de cada uno, que comprende aquel comportamiento que se responsabiliza de los actos sociales bien vistos, de la ética y de “hacer el bien” justificadamente. Reúne el conjunto de normas, valores y creencias de la sociedad en la que se encuentra el individuo.
La conducta moral, está regulada como hemos dicho por la sociedad en la que vivimos, y por ello mismo es bien parecida entre los habitantes de un mismo país con ligeras diferencias causadas por la personalidad de cada uno.
De igual forma, la moralidad de un país del este será diferente en algunos aspectos a la de un país del oeste, por sus tradiciones y costumbres las cuales afectan determinantemente.
¿Pero qué pasaría si esto cambiase, y de un día a otro el órgano cerebral que rige la civilización y conducta moral fuese alterado? ¿Qué pasaría si de repente te despertases y toda la buena conducta que habías llevado durante tu vida, desapareciera y te convirtieras en una persona irritable y poco considerada?
Pues bien, este es el caso de Phineas Gage, quién dio lugar a los estudios de la conducta moral localizada en una determinada área cerebral, y te la explicamos aquí.
La historia de Phineas Gage
En 1848, reinaba la doctrina de la frenología, del que era el principal precursor Gall.
La frenología era la ciencia localizacionista que determinaba según la forma del cráneo, la cabeza y facciones, los rasgos de personalidad y del carácter.
Hay que decir, que hoy en día se considera una teoría sin validez y pseudocientífica, pero que sin embargo, sí aportó la siguiente conclusión a la ciencia: “el cerebro es el órgano de la mente”.
Siglo XIX, estado de Vermont y un joven hombre serían los componentes de la desagradable historia que sirvieron posteriormente como objeto de estudio del gran órgano del cuerpo: el cerebro.
Gage era un hombre de 25 años que trabajaba como capataz en la construcción del ferrocarril que iría entre Rutland y Burlington. Lo describían como una persona amable, bondadosa, paciente, respetuosa y buen trabajador.
Pero su vida y su persona se vieron alteradas cuando un terrible accidente le ocurrió durante su trabajo, dejando graves secuelas. Estaba Gage con sus hombres abriendo camino en un terreno rocoso para colocar los rieles del ferrocarril.
Lo que tenían que hacer no era fácil ni corto de peligro, pues tenían que realizar un agujero en la piedra, llenarlo de pólvora y taponarlo con una pesada barra de hierro.
El incidente fue que el artilugio explotó antes de tiempo y la barra salió despedida hacia arriba, en dirección a la cara de Gage. Hay que destacar el hecho de que la barra medía 105 cm de largo, 3 cm de diámetro y pesaba 7 kg.
La barra atravesó completamente el cráneo de Gage, concretamente la zona frontal-parietal del cerebro, por debajo del ojo izquierdo, y cayó al suelo cubierto de sangre. Gage también cayó al suelo y estuvo inconsciente y temblando unos minutos. Tras esto, despertó, pudo hablar y volver a su pueblo para visitar al médico, eso sí sentado y con ayuda, pero no por ello menos sorprendente.
Se le diagnosticó de traumatismo grave, padeciendo cuadros de delirios y fuerte fiebre. Pero tras reposo y medicación, aparentemente se recupera de cuerpo y mente. Con la supuesta única secuela de haber perdido su ojo izquierdo.
La historia no acaba aquí, y es que a los dos meses se ven cambios muy bruscos de su personalidad. Gage que vuelve al trabajo, no es el mismo, lo argumentan sus compañeros y su familia.
Se volvió un hombre caprichoso y pueril, irritable y a veces vacilante, impaciente e impulsivo, parecía que todo le daba igual, y actuaba con indiferencia respecto al “qué dirán”.
Con este cambio de comportamiento y actitud, poco le duró su trabajo y acabó trabajando para un circo como atracción de feria debido a su hueco en la cabeza. Gage murió en 1861, doce años después de su aparatoso accidente, por una fuerte crisis epiléptica.
Pero, entonces, ¿qué le paso a Phineas Gage para cambiar tanto tras el accidente si todo su organismo parecía haber sido sanado?
La Corteza Prefrontal
A raíz de este hecho, el médico de Gage y más profesionales del área de la salud, se ponen a estudiar el caso. Con el paso de los años, y con más casos similares, se evidencia que la corteza prefrontal es la encargada de las facultades morales, la ética y la civilización social, entre otras funciones cognitivas.
El prefrontal se sitúa en la región frontal anterior a la corteza motora primaria y premotora.
Se ha ido desarrollando filogenéticamente en el ser humano con diferencia al resto de animales, y es por eso por lo que se nos asume como seres sociales distinguidos y con raciocinio.
En concreto, se ha descubierto que el lóbulo frontal es responsable de anticipar y planificar el futuro, la organización temporal de la conducta, el sentido de responsabilidad para consigo mismo, la adaptación al entorno social complejo, la inhibición de los instintos más básicos, así como el juicio ético.
Llamado también “cerebro ejecutivo” por sus implicaciones en las tareas ejecutivas como: flexibilidad mental, resolución de problemas, conceptualización, aprendizaje asociativo, metacognición, memoria de trabajo…
Y es que, debido a la gran masa cerebral que supone todo el lóbulo frontal con su debida interconexión neuronal, los daños acarreados en esta estructura subcortical pueden dar lugar a distintos perfiles cognitivos, conductuales y emocionales dependiendo de donde se encuentre el daño masivo, la tipología de la lesión y su profundidad.
Las principales manifestaciones clínicas, entre otras, después de un daño frontal serían las siguientes:
- Síndrome Dorsolateral o Disejecutivo: alteración de las funciones ejecutivas.
- Síndrome Orbitofrontal: cambio de personalidad.
- Síndrome Mesial Frontal: apatía y mutismo.