La neurociencia como jamás te la contaron

El ser humano es un animal que piensa. El ser humano es un animal que siente. El ser humano es un animal que habla. Pero, en esencia, el ser humano es un animal que construye.

Podemos identificar de forma muy precisa el instante donde la evolución diferenció al ser humano del resto. Ese instante nació de un gesto motor que todavía mantenemos en nuestra herencia genética: el agarre de pinza.

Así es como empezó nuestra carrera profesional como animales constructores de los seres humanos, seres manipulativos por naturaleza. Todos sabemos que la carrera de Arquitectura no es nada fácil.

Y menos nuestra carrera ancestral, la cual tiene una duración de 200.000 años. Nuestro título oficial se encuentra descrito en nuestra genética, por lo tanto, nadie puede dudar de nuestra categoría como constructores profesionales.

Empezamos a construir nuestra civilización desde el paleolítico hasta nuestros días. Y no podemos dejar de sorprendernos de nuestras propias invenciones. Cada uno de ellos consiste un antes y un después en nuestra historia: el fuego, la rueda, el arado, la pólvora, el hormigón, la bombilla, la máquina de vapor, la imprenta, el avión, los antibióticos, el telégrafo, el ordenador, el teléfono y el internet.

Todos estos inventos jugaron un papel trascendental en la creación de la sociedad en la que vivimos. Y si reflexionamos mirando esa lista… veremos que los últimos son aquellos que han promovido la revolución en la era moderna.

Ya no nos podríamos imaginar un mundo sin ordenador, teléfono o internet, y este gran impacto se ha manifestado en apenas unas décadas.

No seríamos capaces de avanzar tan rápido si no empleásemos la inestimable ayuda de la Ciencia, la principal herramienta de los seres creadores y curiosos. Por lo tanto, a medida que fuimos avanzando en la carrera de la evolución, desarrollamos un instrumento capaz de medir nuestras extraordinarias capacidades de creación y construcción.

Este sistema métrico se desarrolló hace 500 años y fue compuesto por las “7 maravillas del mundo”. Este Hall of Fame de nuestros logros como especie sería aquel que enseñaríamos orgullosos a los marcianos que conoceremos el día que la tecnología avance lo suficiente… Que a este paso será más rápido de lo que podamos imaginar.

Sin embargo, a pesar de haber actualizado este sistema hace 14 años, contamos ya 5 siglos de olvido. Hemos olvidado la mayor creación del hombre que no se ha incluido en ese “top 7”. Y por lo tanto hay una octava, en la que todos los seres humanos a lo largo de la humanidad han formado parte, y ahora nos toca a nosotros.

La ciencia es esa herramienta indispensable con la que creamos y estudiamos nuestro mundo, y específicamente, la Neurociencia lo es respecto a esa octava maravilla (olvidada en el sistema métrico de lo extraordinario). Y esta (casi olvidada) construcción es el cerebro humano.

El cerebro es para la ciencia lo que las pirámides de Egipto es a la Arquitectura: Un estimulante misterio por resolver.

La Neurociencia se atreve a adentrarse por los oscuros e infinitos pasillos de la Biblioteca de Alejandría, que es nuestro cerebro, para resolvernos los misterios que envuelve el comportamiento humano entre sus infinitas circunvoluciones (o pasillos).

Vamos a pensar en este órgano como un edificio: Por fuera vemos dos edificios semejantes, paralelos e invertidos, llamadas lóbulos. Podrían ser perfectamente dos torres paralelas, una izquierda y una derecha.

Aunque no son independientes, puesto que están conectadas por un amasijo de redes nerviosas llamadas cuerpo calloso. Y aunque aparentemente iguales, cada una se especializa en procesos diferentes: uno en el lenguaje (izquierdo) y otro en las emociones (derecho).

Anatómicamente, la parte exterior de nuestro cerebro se denomina córtex, y es la llamada sustancia gris. Esta sustancia corresponde a todos aquellos cuerpos neuronales que conocemos comúnmente como neuronas.

Cuando nos adentremos dentro de nuestras torres, veremos otro tipo de neuronas que se hacen llamar sustancia blanca (como el cuerpo calloso), y son las encargadas de enviar las señales nerviosas y conectar las diversas áreas del cerebro.

El cerebro es un órgano anatómica y funcionalmente complejo (y el adjetivo “complejo” resulta muy limitado). Una guía turística rápida dividirá en tres pisos estas grandiosas torres interconectadas, desde abajo hasta arriba:

El primer piso es el tallo cerebral, y consta de dos departamentos principales. El hipotálamo, donde se conecta el sistema nervioso con el hormonal. Y el tálamo, el centro logístico que se encarga de recibir la información sensitiva del cuerpo.

El segundo piso es la zona subcortical, y está dividida en tres departamentos: el centro de coordinación conductual o ganglios basales, el centro emocional o sistema límbico y el centro memorístico o hipocampo.

El tercer piso o corteza cerebral, se divide a su vez en 5 departamentos generales: el visual u occipital, el auditivo o temporal, el parietal o sensitivo, el frontal o motor, y el cerebelo.

Pero claro, “Roma no se construyó en un día”. Y es fácil de intuir que este saber popular también se aplica a nuestra obra maestra. El cambio anatómico de nuestro cerebro (desde el primitivo hasta el actual) anuncia la aparición de la conciencia, las capacidades cognitivas superiores, la habilidad lingüística y la producción del pensamiento.

Esta construcción comienza desde el vientre materno hasta la edad adulta. El fuego, la rueda o la inteligencia artificial ha definido el papel del ser humano en el mundo, hay ciertos hitos en el desarrollo cerebral que marcan un antes y un después. Y que, para entender los misterios de la octava maravilla del mundo, tenemos que conocer:

El cerebro comienza a desarrollarse ya antes del nacimiento. Nada más nacer, nuestro cerebro ya tiene 9 meses de vida. A pesar de que nuestros sentidos aún no están plenamente desarrollados, somos capaces de reconocer a las personas, e incluso distinguir a nuestros progenitores del resto.

Durante los primeros meses posparto el crecimiento neuronal tendrá una velocidad vertiginosa. Se ensamblará toda la estructura de nuestra anatomía cerebral (externa e interna). Será en las horas de sueño cuando se realizará la mayor parte del trabajo.

A los nueve meses se incorporará una población neuronal única y esencial para el comportamiento humano: las neuronas espejo. Estas células neuronales, localizadas en la corteza frontal, nos permiten entender asociaciones simples entre un comportamiento y sus consecuencias.

Gracias a ellas podemos aprender imitando al resto de humanos. Estas neuronas aparecen justo en el momento que damos nuestros primeros pasos y decimos nuestras primeras palabras… ¿Casualidad?

Nuestro cerebro nos permite reconocernos a nosotros mismos a los dos años. Sabemos que el reflejo del espejo no es otro que “yo”. Al igual que cuando vemos a nuestra madre vemos a “mamá” y a ver nuestro padre vemos a “papá”.

Estos cambios funcionales y estructurales determinan la forma en la que nos comportamos con el resto de individuos. Eso implica que los vínculos que se generan en estos primeros años determinarán la forma en la que nos relacionamos con el resto de seres humanos. Sino que le pregunten a John Bowlby acerca de su teoría del apego…

Este entrenamiento inicial en comportamiento prosocial o comunitario (aquel que nos saca de nuestra “individualidad”) se formaliza con la obtención del título sobre “la teoría de la mente”. Esta capacidad cognitiva presente en los seres humanos, y necesaria para la conducta social, es aquella que nos permite comprender la conducta de los demás. ¿Alguien ha dicho empatía?

La Neurociencia ha demostrado a través de experimentos de electroencefalografía (EEG) que durante la interacción humana las ondas cerebrales tienden a acompasarse entre sí. Las responsables de que los cerebros humanos sean capaces de “conectarse” se debe a las neuronas espejo. Así, descubrimos que nuestra naturaleza es de base social, además de constructiva.

Hasta los dos años se desarrollan las bases neuronales y cognitivasde un cerebro humano. En esta primera parte destacan los componentes emocionales y la naturaleza social.

Mientras que, a partir del tercer año, comienza la especialización de los componentes cognitivos como la memoria. Es a esta edad cuando el hipocampo, el centro de la memoria del segundo piso (o zona subcortical), comienza a poblarse de redes neuronales y a crear recuerdos.

Aunque ello no implica que no alberguemos recuerdos previos. En el mismo piso se han registrado estímulos motores, sensitivos y emocionales. Por lo tanto, no tenemos recuerdos conscientes, pero sí inconscientes. Si preguntásemos a Albert por qué tiene miedo a los ratones tendría que ver el experimento que Watson hizo de él…

Es a partir de los cuatro años cuando el tercer piso (zona cortical o corteza cerebral) empieza a encender sus centros de trabajo cognitivo. Esta etapa destaca por su punto de inflexión en el desarrollo del lenguaje.

Hasta esta edad somos, literalmente, unas esponjas lingüísticas. Nuestro cerebro es capaz de aprender uno o varios idiomas. De hecho, más eficientemente que cualquier adulto experto en Filología (hasta esta edad se puede aprender la fonética de cualquier idioma a la perfección, no después, para el pesar de muchos).

Además, si vemos nuestro cerebro a través de un escáner, encontramos diferencias anatómicas y funcionales entre los cerebros monolingües y bilingües. No es de extrañar cuando pensamos que el lenguaje es la base del pensamiento.

A los 11 años comienza otro gran hito del cerebro humano: el desarrollo del lóbulo prefrontal. Tan importante resulta en el funcionamiento cerebral humano que la construcción de esta zona cerebral tiene una duración de unos 10 años. En esta área encontramos procesos cognitivos como la razón, la moral y la gestión emocional. Es, sin exagerar, el área cerebral que nos distingue de otras especies. Es la zona del cerebro que nos hace humanos.

Clásicamente, la ciencia ha considerado que una vez el crecimiento de nuestro cuerpo cesa, nuestro cerebro también. Sin embargo, el avance de la Neurociencia ha demostrado que siguen creándose nuevas neuronas durante toda la vida, por ejemplo, en áreas como el hipocampo (memoria) y la corteza piriforme (olfato).

Y esto no sólo sucede en el caso de neuronas, sino también de sus conexiones. Esta característica del tejido neuronal se conoce como “plasticidad”. Esta capacidad adaptativa y flexible de nuestro cerebro nos permite aprender nuevos conocimientos durante toda la vida y recuperar funciones cognitivas dañadas tras una lesión. ¿No somos, acaso, unos constructores extraordinarios?

Sin embargo, como todos los órganos de nuestro cuerpo, el cerebro comienza a deteriorarse en la edad adulta avanzada. Entonces, la capacidad plástica de nuestras neuronas disminuye y la muerte neuronal se acelera. Los clásicos olvidos por la edad son un acontecimiento que anuncia este proceso de envejecimiento cerebral. Nuestra Octava Maravilla empieza a mostrar cambios evidentes en su arquitectura y funcionamiento.

La genética y el ambiente, como jefes de obra de esta gran construcción, determinan tanto la calidad de la construcción como el proceso de deterioro. Las ciencias de la salud nos han mostrado durante las últimas décadas la importancia de cuidar nuestro organismo para ralentizar los procesos de envejecimiento en las células de nuestro cuerpo. La Neurociencia nos demuestra que esto también incluye las células de nuestro cerebro.

El ejercicio físico y la nutrición resultan ser claves fundamentales para mejorar la salud de nuestro cerebro, fomentar su rendimiento y minimizar los efectos negativos del envejecimiento. Es indudable el poder que tienen estas conductas promovedoras de la salud cuando sabemos que podemos prevenir enfermedades neurodegenerativas intratables como el Alzheimer (que a día de hoy se considera una pandemia entre la población anciana). 

Por lo tanto, la Neurociencia ha confirmado la verdad absoluta que alberga la frase “ment sana in corpore sano”. Este hecho que defiende la Neurociencia (a través de un amplio grueso de evidencia científica) demuestra que la construcción del cerebro no es un acontecimiento unidireccional. Es decir, el cerebro nos construye, pero nosotros también lo construimos a través de nuestras emociones, pensamientos y conductas.

¿Quieres saber cómo? En el siguiente video te explico cómo:

El descubrimiento que representa reconocer nuestro papel en la construcción del cerebro, la gran obra de la Humanidad, es a la Neurociencia lo que la Teoría de la Relatividad es a la Física. Y esta es solo una pequeña prueba de todo lo que esta ciencia (relativamente moderna) aún puede mostrarnos sobre la Octava Maravilla del Mundo: El Cerebro Humano, el único cerebro que puede construirse a sí mismo.

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