El efecto Pigmalión: Si lo crees lo creas

Las personas tendemos a creer que poseemos mucho más control sobre nuestra vida del que realmente tenemos; así, no es extraño escuchar expresiones tales como “no me dejo influir por lo que los demás piensen de mí”, “si el profesor dice que mi hijo no es listo, será porque realmente no lo es”. Pero, ¿son ciertas estas frases? ¿Mi hijo saca malas notas porque “no es listo” o su rendimiento es peor porque nadie cree en él? ¿Realmente las expectativas de mi círculo social no me influyen? La mitología puede orientarnos sobre la respuesta a estas preguntas.

Pigmalion y Galatea: la leyenda

El rey de Chipre, Pigmalion, era un escultor que deseaba casarse con la mujer perfecta. Cansado en su empeño de buscar una mujer que reuniese las características que buscaba, comenzó a esculpir una estatua que representase su ideal de belleza; a esta estatua la llamó Galatea. Tal era su fascinación por ella y su perfección, que no podía dejar de pensar en ella, soñando incluso que la estatua se transformaba en persona, y terminó enamorándose de Galatea.

Tal era su amor que pedía a los Dioses que otorgasen vida a la estatua, viéndose cumplidos sus deseos cuando un día decidió besarla. Galatea dejó de tener la textura fría del marfil, sintiendo Pigmalion el efecto de estar besando a una persona real. Volvió a besarla y comprobó que sus sueños se habían hecho realidad.

¿Realidad o ficción?

El relato narrado anteriormente, como su propio nombre indica, forma parte de la mitología y no puede ser tomado al pie de la letra; sin embargo, podemos extrapolar una idea principal: si creemos fuertemente en algo, podemos provocar que ocurra. Así lo demostraron Rosenthal y Jacobson cuando realizaron en 1968 un experimento para poner a prueba el Efecto Pigmalion.

El estudio comenzaba con la información a un grupo de profesores de primaria de que se les había administrado a sus alumnos un test de inteligencia, para pasar a continuación a darles los nombres de los alumnos que mejor puntuación habían tenido. Por último, se les dijo que lo esperable era que estos alumnos fuesen los que mejor rendimiento obtuvieran al finalizar el curso. Y así sucedió; la finalización del curso académico corroboró esta expectativa, y los alumnos que habían obtenido puntuaciones altas en el test de capacidad intelectual, fueron los mismos que sacaron las mejores notas de su clase. Lógico…. ¿o no?

El poder de las expectativas

Es razonable deducir que si los alumnos del anterior experimento poseían un cociente intelectual superior obtuviesen notas académicas más altas; sin embargo, hay dos datos que los profesores desconocían: no se aplicó el test de inteligencia a ningún alumno y los supuestos alumnos brillantes fueron escogidos al azar del total de la clase.

¿Qué ocurrió entonces? Que el rey de Chipre, Pigmalion, tenía razón: los sueños se cumplen. Aunque en la realidad sea más apropiado hablar de expectativas que de sueños. El resultado del experimento no es más que la confirmación del efecto Pigmalion (o profecías autocumplidas): las ideas y expectativas que tenemos sobre alguien modifican el comportamiento y actitudes de la persona de tal manera que acaban por confirmarse.

Tendemos a creer que tenemos un gran control sobre nuestra vida, pudiendo mantenernos al margen de lo que los demás esperen de nosotros; sin embargo, la profecía autocumplida nos indica lo contrario. Lo que la gente piense de nosotros, especialmente si esa persona es un referente, influye tanto en nuestro comportamiento que inconscientemente actuamos de tal manera que acabamos confirmando sus predicciones.

En el estudio mencionado se aplicó el efecto Pigmalion en su vertiente positiva (probablemente por cuestiones éticas), pero de igual forma existe el polo negativo: si un profesor vuelca sus creencias pesimistas sobre un alumno, el rendimiento de éste será peor que el obtenido si no hubiese conocido lo que se espera de él. De la misma manera, las expectativas de los demás modulan nuestro comportamiento al igual que lo hacen las que mantenemos sobre nosotros mismos.

Es decir, no obtendremos el mismo resultado en un examen si vamos con una idea preconcebida de suspender, que si vamos con la idea de obtener buena nota; independientemente de los conocimientos que poseamos o de la dificultad del examen, nuestro resultado final se verá más o menos influido por nuestras expectativas sobre nosotros mismos.

Son indudables las implicaciones que puede tener en nuestra vida el efecto Pigmalion, ya sea en el ámbito académico, profesional o social. Es por ello que tendríamos que adquirir más consciencia del poder que podemos tener sobre los demás, o sobre nosotros mismos, por el simple hecho de verter una expectativa sobre alguien. Y es que, tal como dijo Goethe “trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser”.

Referencias

Rosenthal, R. y Jacobson, L. (1968). Pygmalion in the classroom, Holt, Rinehart y Winston: Nueva York.

Alba Verdugo
Licenciada en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)