¿Somos adictos a las nuevas tecnologías?

En las últimas décadas, el uso y disfrute de las nuevas tecnologías se ha ido incrementando exponencialmente. La televisión ha sido la primera que ha entrado en nuestras vidas, aunque ya casi no pensamos en ella cuando hablamos de nuevas tecnologías.

Las denominadas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han contribuido al desarrollo de la denominada sociedad de la información o del conocimiento, que es la que vivimos actualmente.

Con el creciente uso de las nuevas tecnologías, han surgido voces que apuntan a un posible abuso o adicción de las mismas, sobre todo por parte de ciertos sectores de la población.

Uno de estos sectores son los jóvenes y adolescentes, que cada vez más temprano disponen de tecnologías como los móviles o los ordenadores. Las redes sociales y los videojuegos son el principal atractivo para este grupo de la población. En el caso de los videojuegos existen cada vez más páginas dedicadas a ellos, desde blogs o canales de Youtube especializados hasta comparadores de precios como cdkeys que permiten realizar comparaciones entre proveedores de distintos videojuegos para encontrar las mejores ofertas.  

Con tantas opciones, no es de extrañar que este colectivo se considere de alto riesgo, por una serie de características que más adelante os contaré. Pero, ¿podemos hablar realmente de adicción a las nuevas tecnologías?

Los estudios de los que disponemos actualmente ofrecen resultados contradictorios. En primer lugar, es importante tener en cuenta que no existe formalmente ningún trastorno diagnóstico relacionado con la adicción a las nuevas tecnologías en general, ni a ninguna en particular. El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM), no contempla entre sus páginas ninguno de estos trastornos, como sí lo hace con el juego patológico.

¿Qué podemos considerar adicción?

Los estudios realizados hasta la fecha no se ponen de acuerdo en relación a qué entendemos por adicción a las nuevas tecnologías. Algunos autores toman como referencia la cantidad de tiempo dedicado a la tecnología en cuestión (móvil, ordenador, videojuegos, etc.). Sin embargo, otros autores prefieren considerar los siguientes aspectos:

  • Pérdida de control.
  • Dependencia: necesidad imperiosa de realizar la actividad relacionada con la tecnología de que se trate.
  • Tolerancia: cada vez se necesitan mayores dosis de la tecnología en cuestión.
  • Interferencia grave en la vida cotidiana de la persona.

Por tanto, la adicción a la tecnología se podría definir no tanto por el tipo de conducta que se lleva a cabo, como por la relación mantenida con la tecnología de que se trate.

En la actualidad, las tecnologías, para la gran mayoría de nosotros, son un medio que nos permiten alcanzar determinados fines: por ejemplo, entretenimiento, trabajo, socialización, etc. Sin embargo, se corre gran riesgo de caer en la adicción a la tecnología cuando esta deja de ser un medio y se convierte en un fin.

Cuando la tecnología se vuelve un fin en sí misma, aparecen los síntomas que antes comentaba: pérdida de control, dependencia, tolerancia e interferencia con la vida cotidiana de la persona.

En relación a este último aspecto, la vida diaria de la persona se ve afectada a diferentes niveles, comenzando por una restricción de los intereses, que pasan a girar en torno a la tecnología. La persona comenzará a reducir sus relaciones sociales, a encontrar problemas en sus estudios o trabajo, a incrementar sus facturas relacionadas con la tecnología (en algunos casos, como el móvil), etc.

Otro aspecto que definiría claramente una adicción a las tecnologías sería el síndrome de abstinencia. Aunque clásicamente se ha relacionado con la adicción a las drogas, también está presente en el tema que nos ocupa. Este síndrome se caracteriza por:

  • Un intenso impulso de realizar la conducta.
  • Una tensión creciente hasta que se consigue llevar a cabo la conducta, caracterizada por diferentes alteraciones del estado de ánimo (ansiedad, depresión, irritabilidad,…), cognitivas (afectación de la concentración) y del sueño.

¿Quién tiene mayor riesgo de sufrir esta adicción?

Diferentes estudios señalan que determinadas variables psicológicas pueden influir en que una persona tenga mayor predisposición o vulnerabilidad a ser adicta a las nuevas tecnologías.

Algunas de estas variables serían, por ejemplo: la impulsividad, la baja autoestima, un bajo estado de ánimo, estrategias de afrontamiento inadecuadas (hacia los problemas), la falta de afecto o las relaciones sociales escasas.

Un grupo particular de población que se ha encontrado que es específicamente vulnerable son los jóvenes y adolescentes. Y lo son por varios motivos: han crecido con las nuevas tecnologías y tienen una alta disponibilidad de las mismas, la etapa vital que experimentan se caracteriza por la búsqueda de sensaciones, así como por la gran influencia que tiene el grupo de iguales.

¿Cómo podemos prevenir la adicción a la tecnología?

1. Educación

Llegando a los padres, y desde escuelas y universidades, se deben introducir pautas educativas en los jóvenes que permitan un uso adecuado y sano de las tecnologías. Como hemos visto, constituyen el grupo de mayor vulnerabilidad a esta adicción.

2. Normas y reglas

Es importante establecer una serie de normas y reglas, por un lado, los padres respecto a los adolescentes y jóvenes y, por otro, los adultos con nosotros mismos. Algunas estrategias adecuadas serían:

  • Colocar el ordenador o la videoconsola en un lugar de la casa de uso común (nunca en la habitación, por ejemplo).
  • Establecer el tiempo que se va a dedicar a la tecnología en cuestión.
  • Conocer los contenidos que se manejan (en el caso de los adolescentes y jóvenes, por parte de los padres), tratando de pactar el uso de aquellos más adecuados según la edad.
  • Utilizar la tecnología de forma racional y con un fin claro: entretenimiento, trabajo, socialización, etc.

3. Actividades alternativas

Programar actividades alternativas e incompatibles con el uso de la tecnología es una buena estrategia para reducir la cantidad de horas que se le dedican. Serían buenas opciones aquellas actividades que impliquen la relación con otros, que sean de tipo lúdico, cultural o deportivo, al aire libre, etc.

Lucía Pardo
Psicóloga y psicogerontóloga por la Universidad de Santiago de Compostela.