¿Por qué a las buenas personas a veces les ocurren desgracias?

Muchas habrán sido, sin duda, las situaciones donde habremos visto que la gente con malas intenciones y que cometen malas acciones se salen con la suya mientras que por otro lado a gente noble, pura y de buen corazón les suceden desgracias una detrás de la otra.

¿Cómo puede ser que Dios, la Fortuna, el destino -sea cual sea el nombre que le demos- vaya en contra del trabajador, del honrado, del justo, del moderado … poniéndole obstáculos y trabas en su camino mientras el vago ríe y se lo pasa bien en el bar, el estafador se baña en la piscina de su chalet o el poco moderado se hincha a comer hasta no poder más en un restaurante de lujo? ¿Qué han hecho los primeros para merecer esto? Precisamente el tener una buena alma.

Imaginemos que somos entrenadores de artes marciales y tenemos diez alumnos. ¿A quién apretaríamos más? ¿A quién pondríamos a luchar contra oponentes más fuertes que él? ¿A quién haríamos defenderse ante dos rivales a la vez al ver que uno solo no puede con él? ¿Al luchador bueno que vemos con potencial para crecer o al que se agobia en medio del tatami? Obviamente, al primero. ¿Y deberíamos pensar que él cree que le apretamos para fastidiarle? Al contrario, el luchador fuerte nos agradecerá el gesto y afrontará la situación como un reto para mejorar y hacerse más fuerte tras cada combate, tras cada golpe recibido. Y mientras el resto de luchadores se van a la ducha puntuales, el buen combatiente no se lamentará de quedarse un rato más haciendo flexiones y abdominales si el entrenador así se lo manda; lo verá como una oportunidad de mejora personal en vez de sentir celos por sus compañeros que se van para casa más temprano.

De la misma forma pensará el buen soldado a quien el general destina a la brigada de operaciones más peligrosas. De la misma forma pensará el buen estudiante a quien el profesor aprieta con tareas más complicadas que al resto para que así progrese más rápido y se convierta en la mejor versión posible de sí mismo.

De la misma manera, pues, es como el sabio debería enfocar y afrontar los reveses que la vida le pone delante por muy duros que sean. ¿La muerte de un amigo? Tal vez una oportunidad para fortalecerse y prepararse mentalmente para cuando el fallecimiento de un familiar cercano acontezca. ¿La pérdida de un objeto personal estimado? Tal vez una oportunidad para aprender a no aferrarnos demasiado a lo que tenemos ya que tal y como ha venido puede irse. ¿Tener que pasar por el hospital? Tal vez una oportunidad para plantearnos nuestro día a día de otra manera y adoptar hábitos más saludables.

Y dirás, ¿qué culpa tiene el niño que viene al mundo con leucemia? ¿El bebé que nace con cáncer? ¿El joven que es abusado sexualmente en contra de su voluntad? ¿Qué se puede aprender de situaciones así de dolorosas y traumáticas? Pues, sinceramente, quizás mucho más de lo que aprenderán los que han tenido una vida con todo de caras y los que el destino ha dejado de lado y no ha puesto a prueba por ser demasiado débiles, tal y como el entrenador no apretaría más a los alumnos mediocres.

El campeón que ha ganado el trofeo por falta de oponentes no es tan merecedor del honor como el que ha tenido que luchar y dar lo mejor de sí para conquistarlo. Un árbol crecido en un valle sin viento nunca será tan fuerte como el que ha sido plantado en un acantilado donde el sol, el viento y la lluvia pegan con fuerza -a pesar de ser los dos de la misma especie. Es precisamente con las inclemencias del día a día que la corteza se hace gruesa y las raíces se agarran con más intensidad al suelo.

Desaprovechado y desgraciado aquel con gran potencial que no ha podido demostrar de lo que es capaz ni crecer por falta de situaciones adversas, por una vida demasiado cómoda, llana y con todo de facilidades. Sin adversidad, la excelencia se marchita -como tan sabiamente dejó por escrito Séneca para la posteridad.

No tenemos que sufrir, pues, por los males u obstáculos que nos pueda tener preparados el futuro ya que como dice el dicho: Lo que no nos mata, nos hace más fuertes. La naturaleza ha dispuesto la intensidad del dolor de forma inversa a la de su duración con el fin de hacerlo más soportable; el dolor agudo es corto mientras que cuando éste se prolonga en el tiempo, su intensidad es menor.

Por lo tanto, la próxima vez que algún incidente o alguna desgracia nos ocurra en nuestra vida podremos elegir entre quejarnos, lamentarnos y enfadarnos por la injusticia del destino o bien considerarlo como una oportunidad, un reto que nuestro entrenador -la fortuna- nos pone delante para que lo superemos, crezcamos y, consecuentemente, podamos devenir la mejor versión posible de nosotros mismos. Nosotros escogemos.

Redacción
Portal web especializado en Psicología y Desarrollo Personal formado por más de 200 profesionales.