Perder a la persona cuidada, ¿Qué pasa con el cuidador?

Es difícil ser testigo de la partida de alguien muy querido. Es mucho más duro presenciar la partida de un ser querido del que además de ser familiares o amigos muy cercanos, éramos los cuidadores.

El rol del cuidador es de una intensidad que pocos podemos imaginar hasta no vivirlo en persona. Implica poner tu vida en pausa de forma indeterminada para dedicarte en cuerpo y alma al cuidado de una persona que por su edad o por condiciones de salud ha perdido independencia y movilidad.

Cuando se es cuidador de esta forma y no se acude a solicitar ayuda especializada en una residencia para ancianos o una casa de día, el cuidado implica regular los propios horarios en función de los de la persona cuidada. Los alimentos, el medicamento, los baños, el sueño, las siestas… todo se va encadenando de forma cotidiana y asigna un ritmo muy especial a la vida del cuidador.

No es posible salir a pasear. No es posible agendar pasatiempos que nos obliguen a salir mucho tiempo de casa, sobre todo si no tenemos quien nos ayude, quien cubra el tiempo que vamos a salir. Y eso hablando de personas que no tengan la necesidad de trabajar, cuando hay que trabajar y encargarse de una persona en situación de dependencia, todo se hace más complejo, no hay una normativa laboral que sea de ayuda, no hay contención social suficiente.

Cuando una persona tiene que ausentarse del trabajo para cuidar a un hijo enfermo, hay una figura legal para tal permiso. No lo hay para el cuidado de una persona mayor enferma o en estado de dependencia. Así que pensemos en todos los cambios de vida que un cuidador hace. Y cómo su vida se concentra en una sola cosa: el bienestar de la persona a quien atiende.

Y ahora imaginemos el vacío. El hueco en la vida que queda cuando la persona cuidada fallece. A la soledad y la tristeza se añaden los enormes espacios sin cosas qué hacer. Esa hora en que se daban las comidas, los muy firmes y estables horarios de los medicamentos.

Cada pequeño detalle del día a día nos recuerda a la persona que se fue. Las otras personas de nuestro entorno social sólo nos verán a través del filtro del ser querido fallecido. Pasarán meses antes de que el primer comentario de conocidos y amistades deje de ser “¿cómo sigues?”, “Ánimo, hay que ponerle coraje”, y cosas similares.

Todo ello hace auténticamente difícil cosas tan simples como salir a hacer la compra se conviertan en una tarea difícil: encontrar personas y recorrer sitios conocidos es muy doloroso y complejo.

Es por todas estas razones que lo más recomendable es no pasar por este proceso en solitario. Una de las opciones es rodearse de personas de confianza, que ayuden a superar el difícil bache de la reconstrucción de la rutina cotidiana.

Inscribirse en actividades deportivas y culturales que nos obliguen a salir de casa y ver espacios distintos. Y por último, acudir con un especialista. No cualquier psicólogo podrá ayudar a una persona que pasa por ese trance, lo mejor es acudir con un psicólogo especializado en tanatología.

Esta área de especialización ayuda a iniciar el duelo de una forma saludable y dando lugar a cada emoción sin tener miedo de hablar de la muerte. ¿Fácil? No. Pero es sin duda más sencillo con la ayuda adecuada.

Redacción
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