Tú también puedes hacer profecías autocumplidas

Mi padre es de esas personas que no saben contar chistes, de hecho tiene un repertorio de 3 que todos nos sabemos de memoria y casi puede decirse que forman parte de la familia porque en todas las reuniones familiares siempre sale uno (o varios) de estos chistes malísimos. Me apetece compartir contigo uno de ellos para ejemplificar lo que hoy te quiero contar:

Esto era un señor que iba conduciendo su coche por una carretera solitaria, de pronto notó como la rueda de su coche se pincho y decidió parar a cambiarla. Con tan mala suerte se encontró nuestro amigo que no tenía gato para poder cambiar la rueda y para colmo estaba atardeciendo y no tenia móvil (esto lo acabo de incluir, seguramente en los tiempos del chiste ni siquiera existía el móvil, hoy hubiera sido tan fácil como llamar a la grúa).

El caso es que nuestro amigo recordó que varios kilómetros atrás había visto un cortijo y pensó que seguramente allí tendrían un gato con el que poder cambiar la rueda y así poder retomar su viaje.

Con el cabreo propio de la situación, nuestro amigo emprendió el camino hacia el cortijo y, claro está, su mente algo cabreada no dejaba de funcionar:

-Maldita rueda ¿porqué ha tenido que reventar ahora?, y para colmo que el señor del cortijo no tenga gato ¡Estaría bueno! o que sea un raro de estos que no hablan con nadie… al fín y al cabo vive en el campo y seguro que no habla con nadie en todo el día… vaya mala pata que solo haya ese cortijo… seguro que el tío es tan desagradable que encima de la caminata ni me deja el gato ni nada…. si es que seguro que es un huraño… ¡Maldita sea! ¿porqué me tiene que tocar a mi toda la gente rara? Voy a tocar me va a abrir la puerta con una escopeta y me va a decir que me largue o me dispara que no son horas de molestar a la gente ¡Ni que yo quisiera molestarlo! ¡Será idiota el tío! ¡VERÁS TU COMO ME VUELVO SIN EL GATO!

En su conversación consigo mismo no se dio cuenta de que ya había llegado a la puerta del cortijo, enfadado, irritado, ofuscado y con todos los calificativos de cabreo monumental que se te ocurran, nuestro amigo tocó la puerta con gran brusquedad, como si no hubiera mañana.

Sobresaltado un hombre preguntó en voz alta: ¿quién anda ahí? a la vez que abrió la puerta.

Sin más nuestro amigo le contestó: ¡Métete tu puñetero gato por donde te quepa!

Y sin mediar más palabra nuestro amigo se dio la vuelta pensando que el viejo huraño le había tratado de una manera muy desagradable y ¡VOLVIÓ A SU COCHE SIN EL GATO!

Este chiste es un ejemplo clarísimo de qué son las profecías autocumplidas o autorrealizadas, termino acuñado por Robert K. Menton y que define como una falsa definición de una situación o persona que evoca un nuevo comportamiento, el cuál hace que la falsa concepción se haga verdadera. Esta validez engañosa perpetúa el error, el poseedor de la falsa creencia, percibirá el curso de eventos como una prueba de que estaba en lo cierto desde el principio

En definitiva, las profecías autocumplidas son una falsa creencia que, directa o indirectamente, lleva a su propio cumplimiento y que implica tres sucesos:

1. Debe darse el hecho de que tengas una falsa creencia sobre alguna situación o persona (en el caso de nuestro amigo cree, sin conocer al señor del cortijo, que es una persona huraña y desagradable

2. Debes tratar a la persona o situación de una forma que encaje con esa falsa creencia (nuestro amigo toca la puerta con agresividad y le habla de forma desconsiderada, ni siquiera le hace la petición)

3. La persona o la situación debe responder al tratamiento que recibe confirmando la falsa creencia (el señor del cortijo responde sobresaltado y brusco a la fuerte llamada a la puerta a esas horas de nuestro amigo)

Andrea, ¿esto qué implicaciones tiene en mí?

Pues muchas, piensa que cuando tienes una falsa creencia de este tipo no estás reaccionando ante la situación que la genera, sino a tu percepción errónea de esa situación y al significado que le das a la misma.

Créeme que una vez que te convences de que el significado es el que tu le estás dando, adecuas tu comportamiento a ese significado y las consecuencias en el mundo real serán tremendamente negativas para ti afectando a tu autoestima, a la percepción que tienes del mundo y a tus relaciones con los demás.

Desde pequeños vivimos influídos por estas profecías autocumplidas (seguro que te suena el Efecto Pigmalión) que acaban formando en nosotros esas etiquetas que conforman nuestra autoestima:

  • El niño es muy malo porque no para quieto ni cinco minutos con lo cual el niño creerá que es cierto que es malo porque sus padres lo dicen.
  • El niño no llegará muy lejos porque no ha sacado buenas notas, es más bien torponcillo, ante esto el niño dejará de esforzarse y de prestarle interés a los estudios porque si sus padres lo dicen debe ser verdad.

Son algunos ejemplos de etiquetas que dan origen a esas profecías autocumplidas, tal vez te parezcan exagerados pero las etiquetas marcan nuestra autoestima de forma evidente para bien o para mal y en gran medida también marcan nuestra vida.

¿Cómo puedo evitar estas profecías autocumplidas?

Es muy difícil no caer en este error alguna vez ya que hemos crecido rodeado de experiencias de este tipo y etiquetar es algo que nos sale de forma automática, debemos empezar por ahí, por eliminar esa “costumbre”de etiquetar apresuradamente a situaciones o personas, es difícil pero posible con entrenamiento.

Si ya has caído en una estas falsas creencias ¡tranquilo! lo importante no es no equivocarse sino rectificar cuando lo hacemos:

  • Reflexiona sobre lo que ocurre: si te encuentras ante una situación en la cual crees que puedes predecir un final negativo antes de que ocurra piensa que es muy probable que estés cayendo en una profecía autocumplida. Recuerda que no tenemos visión de futuro.
  • La señal que te avisa de que quizá sea conveniente identificar qué pensamientos estas teniendo es la percepción de estados emocionales negativos como ira, angustia, miedo, tristeza… Una vez identificados, debes controlarlos, objetivarlos, anotarlos en un papel y, en la medida de lo posible, asociarlos a las circunstancias que los crearon, para después reflexionar sobre ellos.
  • Observa el lenguaje que estás utilizando: ¿estas utilizando un lenguaje negativo o tóxico referente al tema que estás pensando? ¿estás etiquetando de forma indebida lo que no conoces? ¿estas cayendo en la generalización excesiva de un hecho concreto?
  • Analiza estos pensamientos para ver hasta qué punto se corresponden con la realidad y en qué grado te afectan.
    • Por último, busca datos y pensamientos alternativos a tu profecía, ayúdate de la probabilidad para ver que no tiene porqué ser cierta. Los pensamientos alternativos deben ser más racionales y positivos.

Como ves hacer profecías es algo más común de lo que pensamos y no algo exclusivo de Nostradamus y unos cuantos más, ahora bien ¿te apetece seguir profetizando después de ver sus implicaciones sobre tu bienestar?

Andrea del Pozo
Psicóloga en Hospital-Clínica la Serena.