El síndrome del burnout

Es una realidad que el desgano, la apatía, el rechazo o el desinterés, se apoderan de uno cuando se sufre el síndrome de Burnout.

Hay ocasiones en las que siento rechazo hacia un paciente, sé que debo ser profesional, pero la sola idea, cuando veo el reloj y se acerca la hora en que debo recibirle, me surge ese sentimiento. Son esas veces en que la energía es “consumida” por el paciente, por su historia, su narrativa, sus expresiones…, de esas veces que producen un efecto agotador y desgastante al estar frente a esta persona.

Otras veces, en casa, no tengo ánimo para hablar, estoy “susceptible” a cualquier queja ya sea de mi pareja o de cualquiera de mis hijos; me muestro irritable, eventualmente con manifestaciones psicosomáticas transformadas en resfriado, o una “maravillosa” y torturadora jaqueca; termino magnificando trivialidades, que pudieron resolverse con el simple hecho de dejarlas pasar.

Y, es que se me olvida que también soy una persona con los mismos problemas que cualquiera, con necesidades primarias de vida como todos, que requiero comer, dormir, beber, DESCANSAR. Olvido que también debo hacer consciencia de que cada consulta requiere de una atención y una energía, y que en la gran mayoría de los casos, distan unas de otras.

Una de las múltiples frases que escuche en clase, y que me movió es: “buscamos alternativas para justificarnos del por qué nos sentimos tan mal”, ¡verdad más verdadera he escuchado!, ha sido tan acertada como el sonido del metal moneda cayendo dentro de la alcancía; desarrollamos esa “actitud” a tal grado que se vuelve un hábito, ponemos peros a casi todo, aun cuando lo vemos a centímetros de nuestros ojos.

Recuerdo un caso de una paciente que llegó a mí con una aparente “depresión”; a esta paciente le conocí tiempo atrás pues ya había tenido otras entrevistas con ella; las ocasiones pasadas se había mostrado relajada, participadora, dispuesta al proceso que se le dictara, jovial. Esta vez, era lo opuesto: un lenguaje corporal “enconchado”, con la mirada baja y esquiva, unas pocas de lágrimas, algunos monosílabos y largos silencios.

Ante este panorama me surgió la pregunta: ¿Qué más debo hacer?

Comencé a sentirme como en un juego de beisbol, donde yo era la bola y ella el bat, y cada pregunta, era igual al movimiento de bateo, entonces mi propósito era pocharla pero entre más me esforzaba, ella más me bateaba…, y sabia que si me equivocaba, la bola saldría de home run.

Sin darme cuenta, poco a poco se fue apoderando de mi un sentimiento de desesperación, eso provocaba que me costara más trabajo hacer los planteamientos y fui perdiendo el poder de observación pues estaba más enfocado en cómo “poncharla” y no en lo que debería ser. En algún momento, no preciso cual, pero estoy consciente de que tuve el impulso de “terminar” de manera abrupta y tajante la consulta,… ella estaba ganando el juego.

Para cuando me di cuenta de que estaba dejando de importarme el motivo por el cual fue una vez más a mí, que pensaba más en el momento en que llegaría la manecilla de reloj a la hora de terminar; el síndrome de burnout había hecho presa de este ser ignorante y falto de humildad que se auto nombra “su servidor”.

Después de un rato, del que no puedo decir con precisión la cantidad de minutos transcurridos, pero puedo afirmar, lo agónico y tedioso que fueron esos instantes,..  Solo podía pensar en el tic tac del reloj que alimentaba segundo a segundo el deseo de acabar de una u otra forma con este suplicio; mis oídos se fueron cerrando a esos monosílabos depresivos y al ocasional gimoteo de la paciente. La mirada, a veces temblorosa, luchaba por permanecer en algún punto del rostro de ella, y en cada parpadeo, pasaba del hastío a la frustración, del enfado al enojo, de la apatía al rechazo… Aun no me daba cuenta de que estaba quemado.

Fue entonces, que con un reflejo involuntario, tomé una gran bocanada de aire, haciendo que mis pulmones protestaran del sorpresivo esfuerzo, como si fuera un autómata, cambié mi postura acomodándome en el sillón y me hice la pregunta: ¿Por qué estoy así?

En mi mente pasaron cientos de proyecciones rebobinadas, de diversas escenas en mi vida, sin aparente coherencia, como si en ello no hubiera la respuesta a esa pregunta; podría apostar que yo estaba perdiendo la cabeza, más no fue así, me di cuenta que ese rechazo, del cual no era responsable mi paciente, estaba siendo utilizado so pretexto de las cargas laborales, del exceso de compromisos y las relaciones ácidas en las que me había involucrado; era cuestión de una simple y modesta decisión…¡debo cambiar!.

Revise rápida y mentalmente situaciones similares en las que yo estuviera “bien”, esas entrevistas que había disfrutado por la forma en que fueron desarrolladas, y encontré que en aquellas ocasiones me había protegido inintencionalmente. Pareciera que portara un escudo mágico que evitaba fuera afectado por los embates del estrés, el agotamiento mental, el hastío, el cansancio físico, y muchas otras cosas. Ese escudo hacia que los problemas y dolores de mis pacientes fueran destruidos y desechados cuales pañuelos con fluido nasal.

Entonces, mis conductos auditivos se abrieron de nuevo, comencé a escuchar, las pupilas de mis ojos muy seguramente se dilataron con la cantidad de luz que percibieron, mi mente se aclaró; puse más atención a las posturas corporales de mi paciente dando lectura acompañada de esos monosílabos que antes rechazaba y que ahora valoraba. La empoderé, le hice ver que su problema tenía solución y que esa solución estaba al alcance de su mano, entonces, esbozó un sonrisa que para mí ya era conocida, logré terminar la consulta, pochando al bateador contrario sin hit, ni carrera. Pero la diferencia es que aquí no hubo un solo ganador…
¡Ambos ganamos!.
Ella como paciente, encontró la respuesta a eso que le hizo ir a terapia. Y yo… la forma de evitar el síndrome del Burnout.

Redacción
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