Cómo nos informa el cuerpo de nuestras necesidades emocionales

En nuestro día a día nos enfrentamos a multitud de situaciones que nos generan distintos sentimientos en función de nuestras experiencias previas, personalidad, etc. Sentimos emociones positivas, pero también algunas que nos generan malestar. Son las segundas las que más energía nos quitan, ya que tendemos a “rompernos la cabeza” intentando buscar soluciones para deshacernos de las emociones negativas.

Para ello, solemos llevar a cabo un razonamiento analítico basado en un análisis lógico de los acontecimientos. El problema es que este tipo de procesamiento no siempre es eficaz, a veces hace falta un entendimiento más completo no sólo de la situación, sino también de uno mismo.

Diferencias entre los dos tipos de razonamiento

La ciencia ya ha demostrado la estrecha relación existente entre los procesos mentales y los que ocurren en el cuerpo. Nuestra mente da, en función del contexto, una serie de órdenes dirigidas al organismo para que se adapte a la situación que estamos viviendo. Se producen entonces cambios fisiológicos en el cuerpo, que nosotros percibimos como sensaciones.

Una emoción puede estar compuesta de distintas sensaciones, por ejemplo: la tristeza podría experimentarse corporalmente con tensión en el pecho o en la garganta; el miedo con agitación en la tripa; la alegría con una sensación de calor y cosquilleo general; etc. Ante las emociones negativas solemos poner en marcha nuestro razonamiento analítico, buscando la secuencia lógica que nos lleve a la solución más acertada.

Sin embargo, en ocasiones es más eficaz poner en marcha un razonamiento abstracto, que te pueda aportar información más relevante acerca del problema. Este tipo de razonamiento te hace conectar con tu intuición, que puede aparecer mentalmente en forma de imágenes, símbolos o sensaciones conocidas, difíciles de articular con el lenguaje.

Ejemplo de los diferentes tipos de razonamiento

Imagínate, cómo reaccionarías si tu pareja te hablara mal en público. Lo habitual es que aparecieran sentimientos desagradables, de enfado, tristeza, humillación, etc. Si trataras de sentirte mejor llevando a cabo un razonamiento analítico, puede que comenzaras a justificar las razones para tu enfado y en base a eso buscaras una solución “yo estaba tranquilo, le he hablado bien y me ha contestado mal. La culpa es suya, así que o le ignoro, o me vengo hablándole mal”, o puede que trataras de entender a la otra persona “tiene un mal día, su reacción no ha sido personal contra mi así que, no tengo por qué enfadarme”.

Es probable que ninguna de estas secuencias de pensamiento hagan que desaparezcan las emociones desagradables. Puedes desgranar el problema hasta sus últimos detalles, pero sigues sintiéndote mal. Tu cabeza te dice que ya tiene la solución, pero tu cuerpo no la sigue, los sentimientos de malestar continúan ahí.

Si por el contrario, dedicas un tiempo a indagar en ti, puede que percibas que la situación te ha provocado un sentimiento de vacío, como si las palabras hirientes de tu pareja, por haberse repetido en otros contextos con otras personas, hubiesen generado un agujero dentro de ti, que te provoca impotencia y una sensación de sentirte poco valorado.  Como solución decides hablarlo, expresándole a tu pareja lo que te hace sentir cuando se comporta así y lo que necesitas. Identificando tus sentimientos y la información que éstos llevan sobre ti y tus experiencias, puedes más fácilmente conectar con tus verdaderas necesidades y en consecuencia buscar soluciones más eficaces.

Es el razonamiento abstracto el que más nos suele costar, porque nuestra sociedad nos educa para encontrar explicaciones lógicas, y si son rápidas mejor. Pero nuestros sentimientos no suelen operar bajo las leyes matemáticas, no somos máquinas y por lo tanto en los problemas que nos conciernen, sobre todo en aquellos que más nos hieren,  no siempre dos y dos son cuatro. A veces necesitamos hacer un poco de introspección para ver lo que para nosotros está emocionalmente en juego.

¿Cómo poner en práctica el razonamiento abstracto?

Como ejemplo podrías seguir la siguiente consigna, adaptada de la técnica de Focusing. Se trata de que te hagas una idea de cómo puede ser el proceso, ya que para sacarle el máximo provecho es recomendable que, al menos en un principio, sea guiada por un profesional en un contexto terapéutico. De todas formas puedes hacer una primera aproximación para ver qué cosas salen o de qué aspectos tomas conciencia.

Cierra los ojos y dedica unos minutos a relajar tu cuerpo, respirando profundamente. Ahora céntrate en tus sensaciones corporales. Si sientes tensión en tu estómago, imagina que haces un viaje interior a tu tripa. Entra en ella, como si entraras en una habitación e imagina que tienes frente a ti los problemas que te están generando esta tensión. Puede que aparezcan imágenes, símbolos o palabras.

Céntrate en uno, el que más peso tenga en tu malestar actual. Dale un nombre a esa imagen que encaje perfectamente con tu sensación corporal. Ten paciencia y espera siempre a que las palabras vengan de tus tripas y no de tu cabeza, por un momento acalla la parte lógica de la mente. Después, como si fueras un espectador curioso, mira a ver si debajo de esa imagen hay otra en su raíz y ponle de nuevo un nombre (no pasa nada si no aparece otra imagen).

Ahora hazle preguntas y ten paciencia en obtener la respuesta, recuerda que tienes una actitud curiosa, como cuando escuchas a alguien y no sabes lo que va decir.

Si el nombre que le has dado a la imagen que surge es “nudo” puedes preguntarle:

  • ¿Por qué estas así?

  • ¿Qué es lo que hace que te revuelvas de esa forma?

  • ¿Qué pasaría si te desenredaras?

  • ¿De qué tienes miedo?

  • ¿De qué intentas protegerte?

  • ¿Qué necesitarías para sentirte más libre?

  • ¿Qué tendrías que hacer para moverte más libremente?

Existen otras técnicas como la meditación o el Mindfulness que ponen el foco en la toma de conciencia del cuerpo y en parar los procesos más analíticos que tienen lugar en la mente. Ambos tipos de razonamiento son sanos y tienen su funcionalidad, pero debemos evitar que sea solo uno el que domine nuestra forma de pensar y por lo tanto de enfrentar la vida y los problemas que en ella aparecen. En la flexibilidad está la salud.

Aintzane Goikoetxea
Psicóloga Sanitaria especializada en Terapia Gestalt.