En busca de la felicidad: Pensar bien para sentirte mejor

Este es el primero de una serie de artículos con los que me gustaría dar unas claves que nos ayuden a encontrar la felicidad en nuestro día a día. Lo primero de todo, aclarar que la felicidad no es una meta, un lugar al que llegar, sino que es el camino, el poder disfrutar todos los días plenamente de nuestra vida sacando el mayor partido de cada experiencia a pesar de las adversidades.

El primer paso que tenemos que dar es aprender a controlar nuestros pensamientos porque determinan nuestro bienestar (o malestar) en mucha más medida de lo que solemos creer. Si te preguntan: ¿Qué crees que determina el que te sientas bien o mal: lo que te pasa en la vida o cómo interpretas lo que te pasa? La mayoría respondería que lo que nos pasa es lo que hace que estemos bien o mal. Vamos a verlo con un ejemplo:

Es lunes por la mañana, suena el despertador a las 06.30, tienes que ir a trabajar (un trabajo que no te entusiasma especialmente pero que paga las facturas a final de mes), hace frío y está lloviendo fuera.

Tienes dos opciones de pensamiento

La primera “Otra vez lunes, no quiero levantarme, no quiero ir a ese trabajo que no me gusta nada. Encima llueve, odio que llueva por las mañanas. Pues sí que ha empezado bien la semana, esto sólo puede ir a peor…”.

Y la segunda: “Bueno, toca levantarse y empezar la semana. No me gusta especialmente el trabajo pero gracias a él he podido independizarme y estoy aprendiendo muchas cosas que me van a venir bien para encontrar un trabajo mejor…”. ¿Con cuál de las dos opciones crees que te sentirás mejor? ¿Con cuál de las dos empezarás y afrontarás mejor el día? La realidad es que de todas formas tienes que levantarte e ir a trabajar, por mucho que lo odies y refunfuñes al final saldrás de la cama, así que… ¿por qué no hacerlo de buen o mejor humor?

Ante la misma situación, una persona se puede sentir completamente desgraciada, otra se puede sentir más o menos indiferente y otra incluso sentirse afortunada. La diferencia está en cómo cada uno (o incluso la misma persona en diferentes momentos) interpreta esa situación. Cada uno tenemos la capacidad o la libertad de elegir los pensamientos que van a determinar en gran medida cómo nos vamos a sentir y cómo vamos a actuar. Ya no nos sirve echar la culpa a lo que nos pasa porque el que tiene la última palabra sobre cómo nos sentimos y en consecuencia cómo actuamos somos nosotros mismos.

También es cierto que hay situaciones en la vida mucho más complicadas que otras y en las que vamos a experimentar emociones negativas (y es sano experimentarlas) pero aun así seguro que conoces casos en los que ante la misma situación una persona se siente triste pero no deprimida, o nerviosa pero no ansiosa. Porque hay personas que siguen buscando sentirse bien incluso en las situaciones más adversas.

Ahora párate a pensar cómo interpretas tu habitualmente las situaciones del día a día, ¿sueles hacerlo de forma negativa?, ¿eliges la opción que peor te hace sentir? o ¿intentas interpretarlo de forma más realista? Y fíjate que digo de forma realista porque en la mayoría de los casos ni siquiera es necesario hacer una interpretación optimista y positiva, sólo realista, para que las frases internas que nos repetimos no sean dañinas y nos hagan sentir mal.

Si en tu caso, tiendes a quedarte con el pensamiento negativo (y destructivo) la próxima vez que uno pase por tu mente, atrápalo, analiza hasta qué punto es realista, se apoya en hechos y si te está ayudando para conseguir tus objetivos y sentirte mejor. Si no es así prueba a sustituirlo por otro más positivo (y constructivo) que sea más realista y que sobre todo te ayude a sentirte mejor. Al principio esta tarea te resultará complicada pero con la práctica (como casi todo en esta vida) te irá resultando más fácil hasta que incluso te salga sin tener que hacer muchos esfuerzos.

¡Inténtalo! Seguro que merece la pena.

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