Conflicto e Identidad

La identidad de cualquier persona conforma una parte esencial en la psique del ser humano. Nuestra identidad tiene mucho que ver con nuestro “auto-concepto”, es decir, con la imagen mental que tengamos acerca de nosotros mismos que, a su vez, se relaciona con nuestra “auto-estima” (la valoración subjetiva, positiva o negativa, que realicemos acerca de nuestro “auto-concepto”).

De este modo, el “auto-concepto” sería una construcción abstracta y compleja que albergaría el conjunto de ideas que tengamos respecto nuestro “Yo”.

A grandes rasgos, todas estas ideas las podríamos dividir en tres categorías: en primer lugar, aquéllas relacionas con nuestra apariencia física (si nos consideramos guapos, feos, etc.); por otra parte, aquéllas que tuvieran que ver con nuestro carácter o temperamento (si somos simpáticos, tímidos, etc.); y por último, el resto de creencias respecto nuestro rol, lugar o posicionamiento en el mundo (por ejemplo mi nacionalidad, mi religión, mis aficiones, etc.)

Es precisamente en esta última categoría (la de “¿Quién soy yo respecto el mundo?”) donde, a mi entender, ubicaríamos el concepto de identidad. La identidad, a su vez, tiene mucho que ver con la perspectiva y comportamiento de un individuo respecto la sociedad en general. Por ejemplo, si yo me considero una persona religiosa, seguramente mi punto de vista acerca de la vida, la familia y gran parte del resto de mis costumbres o acciones cotidianas, vendrán determinadas por esta característica.

Por otro lado, si reflexionamos detenidamente sobre el proceso mediante el cual, poco a poco, vamos construyendo nuestra identidad, podemos advertir la enorme influencia que ejerce el contexto social en el que nos desarrollamos en nuestro sistema de pensamiento. De esta manera, nos daremos cuenta de que la mayoría de ideas que consideramos “nuestras” en realidad provienen de nuestro entorno externo.

Siguiendo esta lógica argumental, si nos imagináramos habiendo crecido en un contexto cultural muy diferente al nuestro (por ejemplo en una tribu indígena), podríamos fácilmente deducir que la mayoría de las creencias que albergaríamos respecto a nosotros mismos y al mundo en general, serían completamente diferentes de las que tenemos actualmente. Por lo tanto, de alguna manera, podríamos considerar que nos hubiéramos convertido en una persona completamente diferente de la que ahora somos.

En cualquier caso, lo importante de todo esto es reconocer el hecho de que sólo por medio de la influencia de la sociedad en nuestra vida (a través de la familia, la escuela, los amigos, el trabajo, etc.) es posible que las personas desarrollemos nuestra propia personalidad. Así pues, teniendo en cuenta la perspectiva social de Tajfel, la identidad se entendería como el sentimiento de pertenencia de un individuo hacia un determinado grupo por el hecho de compartir unas características comunes (tales así como el idioma, los hábitos y costumbres, etc.).

Así pues, la identidad (entendida como un proceso normal de socialización en el ser humano) en principio no debería tener ninguna connotación negativa. Ahora bien, es obvio que esta manera de comprender la identidad ha sido – y lo continúa siendo – una de las causas más comunes de conflicto alrededor del planeta, por no decir la principal. Y esto es debido a que esta perspectiva, al fin y al cabo, resulta claramente reduccionista y limitante respecto la realidad humana, puesto que las personas podemos compartir perfectamente características con colectivos aparentemente muy diferentes entre sí o, por otro lado, tener creencias personales consideradas “impropias” o poco comunes de las del grupo al que supuestamente formamos parte.

En nuestra época y sociedad actuales, la identidad habitualmente se vincula con el sentimiento de pertenencia hacia aquellos colectivos humanos definidos en el marco de unos determinados límites políticos (por ejemplo, españoles, catalanes, franceses, italianos, etc.). No obstante, quizás en otra época (o aún hoy en día en otras sociedades) este concepto se relacionaría mucho mejor con la identificación hacia determinados colectivos religiosos (tales como cristianos, musulmanes, judíos, etc.)

Sin embargo, en la actualidad podemos constatar como muchísimas personas se identifican principalmente con colectivos que nada tienen que ver con estas cuestiones. A este respecto, podrían servir a modo de ejemplo aquellos individuos para los que su “idea de sí mismo” tiene que ver sobretodo con asuntos estrechamente ligados a la clase social (si se es pobre, rico, trabajador, empresario etc.), o aquellos para los que su identidad gira alrededor de temas relacionados con el género (mujeres, hombres, homosexuales, etc.) o incluso también, aquellos para los que lo más importante es la raza o la etnia a la que pertenecen (blancos, negros, asiáticos, etc.)

Esto por sólo poner unos pocos ejemplos comunes y genéricos, pero cabría señalar que existirían muchísimas otras variantes de la identidad según el grado de identificación de la persona con diferentes colectivos humanos (según las distintas profesiones, intereses o aficiones de cualquier tipo). Es importante también percatarse que cada uno de los atributos que conforman nuestra personalidad poco o nada nos dicen acerca de los otros.

A modo de ejemplo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el hecho de ser “cristiano” o “ateo”, no está relacionado con la pertenencia específica a un país determinado, ni tampoco con el género o la clase social, ni a ningún oficio o hobby en particular.

Así pues, siguiendo la misma línea de pensamiento de Amin Maalouf, podemos observar que la identidad de cualquier persona en verdad estaría compuesta por múltiples elementos (algunos incluso a veces considerados contrapuestos) y, además, sería algo susceptible de poder ir variando a lo largo del tiempo.

Según este autor, cuantas más pertinencias tomadas de manera conjunta seamos capaces de concebir en nuestra personalidad, más consciente seremos de las muchas cosas que tenemos en común con otras muchas personas en el mundo pero, a su vez, también nos daremos cuenta de nuestra absoluta especificidad como seres humanos.

Tal es así que es muy probable que advirtamos nuestra completa excepcionalidad como individuos hasta el punto de entender que muy difícilmente seamos capaces de encontrar alrededor del planeta a otra persona que pudiera compartir exactamente las mismas referencias y en idéntica medida que nosotros.

De esta manera, podemos afirmar que los problemas que con frecuencia se derivan de la concepción de identidad se producirían a causa de que la tendencia de las personas a someter todas nuestras múltiples referencias culturales a una de sola que pasaría a dominar y a someter al resto, como lamentablemente a menudo ocurre con los ejemplos que antes hemos citados respecto la nacionalidad o la religión.

O dicho con otras palabras, mientras mantengamos una “concepción tribal” de la identidad (siguiendo la misma terminología que Maalouf) la posibilidad de conflicto entre diferentes colectivos se mantendrá siempre vigente, al generar y potenciar la triste perspectiva de confrontación de “Nosotros vs Ellos”, según la cuál, curiosamente, “nosotros” siempre estamos en el lado de “los buenos”.

Por otro lado, es obvio que esta manera simplista de entender la identidad nos convierte en seres fácilmente vulnerables a la manipulación y al control según los intereses de las instituciones, grupos políticos y, en general, por todos aquellos colectivos que ostentan el poder.

En este punto y con tal de reconciliarnos con “el otro” (es decir, con aquel que no pertenece a nuestro “clan”) me gustaría recordar el realismo existencialde Alfredo Rubio de Castarlenas que nos invita a contemplar los conflictos humanos (incluso los más desdichados) que se han dado a lo largo de la Historia desde un punto de visto nuevo y, sin justificarlos lo más mínimo, seamos capaces de alcanzar un grado de comprensión que nos permita ver que todo lo que ha sucedido a lo largo del tiempo, ha sido necesario que ocurriera de la manera en cómo lo ha hecho para llegar al actual instante presente, en el cual yo estoy vivo (pudiendo no estarlo si los acontecimientos se hubieran desarrollado de manera diferente).

Esta reflexión nos permite observar con nueva amplitud de miras el pasado, dejando atrás cualquier resentimiento por acontecimientos en los que, en realidad, ninguno de los que ahora estamos vivos hemos tenido responsabilidad alguna, para centrarnos exclusivamente en el presente para así promover la construcción, entre todos y sin exclusión de ningún tipo, de un futuro más solidario y fraterno para la humanidad. Sabiéndonos iguales aún en la diferencia.

Daniel Esplugas
Autor del blog “enocasionespienso.wordpress.com”.