¿Te crees cualquier pensamiento? Cómo evitar la subjetividad

Solemos confundir nuestra opinión con lo verdadero. Es decir, comúnmente damos por cierto algo (cualquier cosa) por el simple hecho de que así lo pensamos.

De este modo, por ejemplo, según nuestro sistema convencional de creencias si pienso que una persona determinada es envidiosa, lo hago porque tengo la plena convicción de que efectivamente esa persona es envidiosa.

Así de sencillo. No nos paramos a evaluar las causas a través de las cuales aparece esta idea, el contexto en el que se produce este tipo de juicio o cuestionar cualquier otra circunstancia.

Y ni mucho menos nos detenemos a valorar que quizá nuestra opinión esté equivocada, o al menos en parte sesgada… Es así y punto, puesto que yo lo he pensado de este modo.

El hecho es que según nuestra personal manera de pensar (modelada por nuestra experiencia vital, nuestros prejuicios sociales, nuestras creencias previas, nuestros miedos inconscientes, nuestros intereses futuros, etc.) comprendemos la realidad de una u otra manera. Es decir, otorgamos un significado determinado a lo que sucede.

Y como tenemos la sensación de que nuestra mente es objetiva, es decir, parecida a una cámara de vídeo capaz de captar las circunstancias sin el mínimo ápice de subjetividad, damos por verdadero todo aquello que nos pasa por la cabeza sin apenas jamás ponerlo en duda.

Y lo cierto es que a menudo nos equivocamos. Y, en el fondo, lo sabemos. Acumulamos experiencias suficientes como para darnos cuenta que, con el transcurso del tiempo, muchas de las cosas que antes veíamos de una manera concreta ahora las valoramos de forma muy diferente.

O recordamos perfectamente situaciones en las que el estado de ánimo que albergábamos en ese momento influyó totalmente en nuestro comportamiento respecto a la que hubiera sido nuestra forma de actuar habitual. Pero aún teniendo la certeza de las fluctuaciones que acontecen en nuestras interpretaciones de la realidad (muchas veces incluso caprichosas), en nuestro día a día, seguimos funcionando y relacionándonos con los demás del mismo modo. Como si fuéramos poseedores de la verdad absoluta.

No obstante, esta forma de actuar a menudo nos aboca sin remedio al sufrimiento. Con frecuencia sentimos que estamos expuestos casi constantemente a algún tipo de peligro (de mayor o menor calado) y entonces nuestra mente más primitiva (vinculada al sistema límbico, al “cerebro emocional”) toma el control de la situación preparándonos para dar una respuesta de “lucha o huída”.

El problema es que como en la mayoría de las ocasiones en verdad no existe una amenaza real con la que enfrentarnos en el momento actual, damos una respuesta totalmente inapropiada a las circunstancias presentes o no damos respuesta alguna, quedándonos totalmente bloqueados, embriagados por la ansiedad y sin saber qué hacer.

Sin embargo, si somos capaces de responsabilizarnos completamente de nuestras emociones y pensamientos, abrazando la idea de que lo que nos pasa en gran medida depende de nuestro particular punto de vista y de cómo respondemos ante él, nos abriremos a la posibilidad de una mayor comprensión acerca de la vida,  permitiéndonos así escapar de la rueda de la angustia que a menudo nos acecha, puesto que seremos capaces de retomar el control de nuestra vida.

Si vislumbramos que nuestros pensamientos y sentimientos son completamente subjetivos, es decir, no son entes capaces de existencia por sí solos al margen de nosotros, comprenderemos nuestra profunda responsabilidad al ser nosotros mismos los responsables de pensarlos y sentirlos de la manera en la que lo hacemos.

Ahora bien, lo dicho anteriormente en ningún caso significa que tengamos que despreciar todo aquello que sentimos o pensamos, puesto que las emociones y el intelecto son facultades naturales maravillosas de los seres humanos, aunque tal vez sí debamos reinterpretar el significado que comúnmente les otorgamos, sobretodo cuando somos conscientes de que nuestro estado de ánimo se aleja cada vez más de la paz y armonía interiores.

Así pues, si tenemos en consideración la posibilidad de estar equivocados, si nos brindamos la oportunidad de observar las cosas desde otra perspectiva, estaremos utilizando nuestra mente como foco hacia nuestro propio autoconocimiento y aprendizaje personal.

De este modo,  también podremos comprender que de modo alguno nuestra opinión equivale a la verdad universal, ya que al igual que nosotros todas las personas captan la realidad y se comportan según sus propias circunstancias particulares y sus puntos de vista subjetivos, creyendo estar también en lo cierto. Y es que, en el fondo, ninguna opinión es tan importante.

En definitiva, es inútil luchar contra lo que sentimos o pensamos. Intentarlo sólo sirve para añadir más dolor al sufrimiento. Tampoco es útil creer que la realidad exterior se manifestará según nuestros deseos, anhelos o creencias particulares, puesto que esto normalmente sólo contribuye a incrementar nuestra sensación de culpabilidad en lugar de aumentar nuestra seguridad o confianza.

Lo que sí que está completamente a nuestro alcance es, poco a poco, procurar cambiar nuestra perspectiva de las cosas, aprender a relativizar nuestras opiniones y, en definitiva, a substituir una manera de interpretar la realidad que nos perjudica por otra que nos mejore la existencia o, al menos, nos la facilite. Desde la humildad, evitando juicios de valor y haciéndonos responsables de nosotros mismos.

Porque al fin y al cabo, después de todo, es posible que el cambio interior verdaderamente significativo venga dado cuando seamos capaces de aportar lo mejor de nosotros a la situación que se esté dando a cada momento, cualquiera que ésta sea. Tanto para nosotros mismos como para los demás.

Daniel Esplugas
Autor del blog “enocasionespienso.wordpress.com”.