Relaciones tóxicas y la esperanza de que el otro cambie

Psicocode es un blog español así que es probable que los ibéricos que lean esto no estén muy familiarizados con los amargos fracasos de su seleccionado nacional; quiero decir, ellos tienen su Furia Roja y todos sabemos también que poseen la mejor liga de fútbol del orbe. Sin embargo, yo soy mexicano. Y nosotros tenemos a nuestro “poderoso” Tri.

Como psicoterapeuta y escritor tengo una doble misión. La primera es buscar explicaciones psíquicas, emocionales y neurológicas a los fenómenos dentro de la mente y alma del ser humano, mientras que la segunda es encontrar la forma menos complicada de que esos razonamientos lleguen a la gente para que pueda entenderlos y trabajar con ellos en su beneficio.

Y así surgió la idea de este artículo. Verán, durante mi experiencia en el trabajo con personas inmersas en relaciones tóxicas he podido darme cuenta –desde luego, no digo que descubrí el agua hervida-, de un elemento recurrentemente presente en su pensamiento y conducta: al apego a la sensación de esperanza como alivio a la posible pérdida.

La esperanza sufrida

¿Qué quiero decir con lo anterior? Para entender mejor esto habría que remitirnos a lo que esperanza significa. La esperanza es un estado anímico mediante el que se tiene la firme creencia de que aquello que se desea es posible. En este sentido, lo que mantiene el sentimiento esperanzador no es el objeto o evento en sí, sino la creencia de que al final todo resultará como nosotros fervorosamente esperamos.

Pero esta fe acarrea un gran inconveniente consigo. Muchas veces ocurre que esta misma esperanza nos limita en la percepción que tenemos de la realidad y, en casos aún peores, nos deja ciegos con referencia a la situación misma. Aquí es donde el sentimiento se vuelve en nuestra contra.

Sé –sin embargo-, lo complicado que resulta no caer en la ella; tampoco quiero que me malinterpretes porque no digo que la esperanza no resulta excelente como mecanismo emocional y de supervivencia, ya que, en efecto, lo es porque recurrimos a ella cuando nos encontramos en situaciones complicadas y es importante que lo hagamos porque esto evita que caigamos en depresión. Así que como una forma inicial de contención es extraordinaria.

A lo que me refiero es que el gran problema de la esperanza surge cuando ésta anula el valor de nuestra experiencia. Esta frase es de una contundencia absoluta y –desde mi punto de vista-, solamente tiene un gran defecto: no es mía, sino obra de mi querido colega y amigo, Joaquín Uriza Jasso (qué envidia). Pero, ¿mediante qué mecanismo sucede esta anulación?

¡Sí se puede! ¡Sí se puede!

Y aquí es donde quiero establecer mi analogía con la selección nacional mexicana de fútbol.

México participa en los campeonatos mundiales desde hace 50 años. Me refiero a participaciones –más o menos- constantes. Y durante todo este tiempo el mismo fenómeno hace sucumbir a sus seguidores: la idea de que esta vez será diferente.

Cada cuatro años muchos mexicanos tenemos la creencia de que –tan sólo en esta oportunidad-, nuestros valerosos representantes aztecas, henchidos su corazón por el espíritu de los legendarios caballeros águila, lograrán cambiar la historia. ¿Cuál historia? La misma de siempre: una historia de fracasos.

Cada cuatro años, los aficionados tratamos de convencernos de que ésta vez, con tal o cual jugador, con aquél o éste entrenador, en aquella o la otra sede, nuestro Tri nos dará finalmente la satisfacción que siempre estamos esperando, que cumplirá lo que esperamos de él y nos resarcirá dignamente toda la fe, toda la espera, toda la esperanza que hemos tenido. Entonces olvidamos el pasado y corremos detrás de la selección haciendo una considerable inversión en tiempo, dinero y esfuerzo, solamente para, al final, regresar –igual que siempre- a la vieja y conocida fórmula: terminar decepcionados.

Y esto ocurre por la sencilla razón antes mencionada: porque nuestra esperanza elimina el valor de nuestra experiencia. Nos aferramos a olvidar lo que en 50 años hemos recibido una y otra vez. No aprendemos la lección; cuando parece que cambia, al final vuelve a lo mismo. Regresa a su realidad, a lo que no puede evitar, a su capacidad, a su yo auténtico: una selección mediocre. La paradoja reside entonces en, ¿por qué seguimos creyendo en que, a pesar de que nos ha demostrado constantemente de lo que está hecha y lo que puede dar, esperamos que esta vez sea distinto?

La permanencia en la nada

Con las relaciones tóxicas ocurre lo mismo que con el Tri. Aunque sistemáticamente nos demuestren que son poco benéficas emocionalmente para la gente que está con ellos (para toda la gente, no solamente para sus parejas), esperamos que dejen de ser así; y aunque recurrentemente nos envuelvan en sufrimiento, decepciones, caos o violencia, seguimos creyendo en ellas.

Continuamos comprando la idea esperanzada de que sin importar lo que me muestra todos los días, en esta nueva oportunidad, en este nuevo “mundial”, finalmente me complacerá. Y eso nos hace permanecer con ellas más tiempo del que sería sano.

Desde mi experiencia en el trabajo con parejas y ex parejas de personas tóxicas, éstas no muestran el cambio que espera el que sufre, lo más que llegan a obtener estos esperanzados es un “control temporal” de dicha nocividad. Este “control” le sirve a la gente tóxica para convencer a la pareja de que el cambio real ocurrirá o ha ocurrido, una especie de placebo emocional que permite comprar tiempo para que la relación se siga manteniendo bajo las reglas que convienen a esa persona.

La queja más repetida por quienes sufren las decepciones de esta conducta es: “Solamente cambió por un tiempo y regresó a lo mismo”. Y así es porque –al igual que la selección mexicana-, está hecha de un tipo específico de estructura, en este caso estructura emocional. Nadie puede realizar el trabajo que no sabe, ninguna persona es capaz de resolver algo para lo que requiere herramientas específicas  y con las que no cuenta. Para que ese reaprendizaje ocurra se necesita tiempo, disciplina, esfuerzo, humildad  y una gran tolerancia a la frustración por parte del tóxico, algo que casi nunca está dispuesto a soportar.

En este caso, nuestra esperanza en su cambio es el motor que le da impulso a la relación nociva. Por un lado, provoca que aguantemos conductas y actitudes que bajo ninguna circunstancia se tolerarían en una relación de pareja sana y, por el otro, le da al otro una excusa perfecta para seguirnos manteniendo bajo control.

Lo cierto es que, en el caso específico de un comportamiento recurrentemente viciado de la pareja, la esperanza es lo primero que se tendría que ir para liberarnos de un yugo cruel e innecesario.

Así que, la siguiente vez que estés esperando que “ésta vez sea la buena”, más vale replantearse si estás dejando que tu esperanza elimine el valor de tu experiencia. Generar el cambio en ti en lugar de esperarlo del otro podría ser un buen comienzo para sacudirte el sufrimiento y la decepción. Porque tal vez creas que “el auténtico cambio” está ocurriendo cuando te lleven a cenar a un buen restaurante tres días después de humillarte o golpearte, pero esto equivale a estar seguros de que el Tri será campeón del mundo porque derrotó a Surinam en la eliminatoria: una tomadura de pelo emocional. Hasta la próxima.

Vicente Herrera-Gayosso
Psicólogo, video blogger, orador motivacional y autor mexicano.